El mendigo

Las luces del parque se empiezan a encender por tramos, como todos los días. El viejo que está sentado en el banco se levanta y cogiendo su carro del súper, lleno con sus cosas, se dirige a la salida. No es bueno quedarse allí después de oscurecer. De noche dan suelta a los «quitavidas», no quiere tropezarse con ellos. Eso no suele acabar bien.

No lo sabe por experiencia, pero se rumorea entre los que como él viven en la calle, que les encanta matar. Disfrutan torturando a los que viven al margen de la sociedad; su sociedad.

Unas malas decisiones en el pasado, algunas realmente muy malas, le habían hecho llegar a su situación actual.

Ya los oye, están corriendo por el parque a la captura de algún rezagado como él. Cuando traspasa las verjas del parque, suspira aliviado, un día más para seguir viviendo.

Nunca había pensado en ello, pero últimamente lo hace. La posibilidad de dejarse alcanzar y terminar con todo, se le había pasado por la cabeza en más de una ocasión. Así acabaría su angustia, pero la falta de garantías de una muerte rápida le obligaba a seguir viviendo. Le causaba terror, pensar en el dolor.

Él aguantaba verse así, no poder ser lo que había sido, pero el dolor físico; el pensar en sentir dolor físico le producía angustia, una auténtica pesadilla para su cabeza.

Hoy iría al refugio de los Apostólicos, tenía un vale. Con él podría ducharse, cenar, una cama y desayuno. Mañana sería otro día.

Antes de llegar a la plazoleta del refugio, un grupo de jóvenes lo rodean. Sin hablar, dan vueltas a su alrededor, no le dejan moverse. De repente se paran y, como si estuvieran interconectados, se abalanzan sobre él.
Cuando paran, el viejo está tirado en el suelo con su carro volcado encima, lo rocían de gasolina y le prenden fuego, el olor a carne quemada pronto impregna el lugar.

Los jóvenes satisfechos se alejan. Dos calles más adelante, a uno le suena el teléfono, se despide de sus amigos, coge su moto y se marcha a toda velocidad.

La moto se detiene delante de la barrera de la urbanización, el vigilante le saluda y lo deja pasar.
«Niñato estúpido, piensa cuando cruza a toda velocidad»

Cuando el chico entra en la casa, su madre, deshecha en lágrimas, se abraza a él.
—Hijo, tu padre acaba de morir, se ha caído por las escaleras; parece que se ha tropezado y se ha roto el cuello. No ha podido hacer nada el doctor, solo certificar su muerte.

Relato inspirado en la obra «El mendigo [En brazos de la muerte]» de Han Holbein el joven. Enlace.