La niña
Dentro ya de la habitación, miró a su alrededor. Los juguetes por el suelo, una muñeca aquí, otra allí. En la pizarra se veían unos dibujos de árboles y en la mesa que había delante, rodeada de sillas, un diminuto juego de café. Unas tazas con sus platitos y sus cucharitas; una cafetera y un azucarero completaban el juego. En el centro, una tarta de plástico y un platito con unas galletas.
En el tocador, frente al espejo, un estuche con peines y cepillos. Al lado, una pequeña cabeza de plástico sujetando una preciosa peluca rubia, con los pelos un poco revueltos y un vistoso lazo azul.
Sus ojos se pararon en la cama, un edredón con un dibujo de Bambi la cubría. Unos cojines servían para el descanso de dos ositos y tres perritos. El resto del espacio lo ocupaba dos vistosos vestidos.
Ana se sentó con dificultad en una de las sillitas y cogió la taza que tenía delante de ella. Un recuerdo rápido la llevó a un tiempo pasado que ahora se le hacía lejano, aunque sabía que no lo era.
Recordaba las risas de Lucía llenando todo el espacio, de la ahora vacía habitación. Esa maravillosa sonrisa que hacía que discutir con ella por tener la habitación revuelta fuera imposible.
Esos bracitos rodeándole el cuello y los eternos abrazos al ir a dormir o al levantarse.
Los días en los que la enfermedad la debilitó, pero aun así no pudo con su sonrisa.
Recordaba las cosas que dijo que iba a hacer cuando aquello pasara. Recordaba sobre todo lo de la peluca.
—Mamá, la peluca, quiero que cuando ya no me haga falta se la dejemos a María, la del hospital. Me ha dicho que seguro que a alguien le vendría bien.
Le hizo prometer que así se haría, pero la peluca seguía allí. No había tenido fuerzas para darla, no había tenido fuerzas para tocar nada.
Había algo allí que la hechizaba, que la ataba a ella y no quería romper ese lazo. Sabía que nada era real, pero se resistía a aceptarlo.
Dejó la taza en su platito, sus ojos se llenaron de lágrimas y un largo lamento se escapó de su boca. Desde lo más profundo de su ser, un grito de dolor llenó el lugar.
Como fulminada por un rayo, cayó hacia un lado quedando inconsciente.
Cuando abrió los ojos, estaba tirada en el suelo. Con cuidado para no mover nada, ya que se había hecho de noche y casi no se veía, se levantó y salió de la habitación. Al cerrar la puerta, se despidió de su hija.
—Hasta mañana, Lucía, que duermas bien cariño.
Relato inspirado en la obra «El niño [En brazos de la muerte]» de Hans Holbein el joven. Enlace.