Foto de Donald Teel

Ahora ya, viejo

Mientras pedalea, Olegario nota que la noche está llegando a su fin. Comienza a oír lo primeros trinos de los pájaros, le gustan los pájaros.

La chaqueta, del esfuerzo, se le ha comenzado a deslizar de los hombros.
«Ropa grande y él mala percha. El pobre lleva lo que puede, piensa, no hay sitio para gustos».
«Las mozas se me rifaban, fueron buenos tiempos. Era el mejor, en fin, ahora, ya que importa».

Se baja de la bicicleta e intenta abrir la cancela de la plantación. No puede.
Entre dientes, los pocos que le quedan, refunfuña mientras se pasa los tres dedos de la mano izquierda por los mechones blancos que se le han salido del gorro.

El perro, que sale a saludarle, casi lo tira cuando le pone las patas en los hombros.
«Pesa como un cerdo antes de la matanza y mirándose los brazos y las piernas torcidas, cuál vaquero de rodeo, sonríe».

Escupe un salivazo de jugo de tabaco y suelta un juramento. Le ha caído en medio del pie. La sandalia polvorienta cambia de color donde ha recibido el impacto.

—Hola «Largo» —le saluda otro peón que acaba de llegar. Mientras, con una mano abre la cancela y lo deja pasar.

Al final de la vereda, Olegario, como todos los días, mira el mar. Como si se le ocurriera de repente, deja la bicicleta en el suelo y se va a la playa.
El otro peón lo mira extrañado, le parece que está hablando solo, no es normal en «Largo». Últimamente, el viejo anda un poco raro.

—No creo que ya importe mucho lo que pasó hace tantos años. Ya carece de interés.

Mientras habla, se va acercando a la orilla del mar. Sus pies chapotean en el agua, mojándole las sandalias y los bajos recogidos del pantalón. Deja una hilera de huellas, que el agua va difuminando hasta hacerlas desaparecer.

En un momento determinado guarda silencio y escucha. El mar, con el sonido rítmico de las olas al romper en la orilla, parece ser la única respuesta.

Mueve la cabeza como si estuviera en desacuerdo.

—Ahora eso da igual ya, creo que acerté. Nunca me arrepentí de lo que hice. Ya sé, ya sé que tú tienes que hacer tu trabajo. Yo ya no me rebelo. Espero que sea rápido, no porque tenga prisa, no. Es solo que si tiene que ser, que sea ya. No quiero que lo alargues sin necesidad.

Mientras dice esto, escupe lo que le queda de tabaco en la boca. Esta vez no se da en el pie.