Pequeño altar en medio de uin camino, dedicado a la Virgen María. Adornado con flores.

Con flores a María

Mañana tenemos que llevar al cole un ramo de flores. Es mayo, el mes de la virgen María. De camino del colegio a casa, mi hermana y yo vamos mirando al suelo, es un camino de hierbas y maleza. Un pequeño riachuelo lo cruza y tenemos que saltarlo. Mi hermana extiende su mano, me agarra fuerte de la mía y saltamos.

Vamos buscando flores, cualquiera nos sirve, aunque sea un hierbajo con algo parecido a una flor. Vemos chiribitas y corremos hacia ellas, nos agachamos y con mucho cuidado las arrancamos desde la raíz, tienen que parecer lo más largas posibles, necesitaremos muchas para hacer dos ramos. Avanzamos y vemos más, corremos. Muchas niñas del cole están haciendo lo mismo. Con mucho mimo cogemos alguna más, el ramo no parece muy ostentoso. Cuando ya estamos satisfechas con el número de flores nos apresuramos a llegar a casa. Nuestra madre estará preocupada.

Hay que ponerlas enseguida en agua, cada ramo en un vaso, las miro y rezo para que mañana estén bien. Duermo inquieta y cuando mi madre nos llama para ir al cole, voy corriendo hasta la cocina, han pasado bien la noche, respiro fuerte, aguantarán hasta la ofrenda. Cada una coge su ramo y vamos al cole. Pasamos por la tapia de una casa en la que sobresalen unas lilas, nos miramos entre las dos y mi hermana hace ademán de cogerlas, mi cara cambia. — Eso es pecado, le digo, eso es robar e iremos al infierno de cabeza—. Me mira y haciéndome caso seguimos el camino.

En la puerta del cole el aroma dulzón a lilas lo llena todo. En mi fila muchas niñas van con enormes ramos de esas flores, orgullosas y un poco pedantes por qué tienen huerta. Me miran por encima del hombro. Acurruco el ramo entre mis manos, el olor a lilas enrarece el aire que me envuelve.

Merche Carrera, compañera del curso de escritura.