Mi gusto por los zocos
De toda la vida recuerdo que me han gustado las tierras lejanas y exóticas. Mi gusto por ellas subió muchos puntos cuando mi mujer y yo vimos, en 1984 por televisión, un reportaje sobre la ciudad Nabatea de Petra. Pensamos que alguna vez iríamos a verla. No sabíamos cuándo, pero la apuntamos como buena opción para un futuro.
Los años fueron pasando, visitamos diversos países europeos, interesantes todos. Ninguno tenía el exotismo que nosotros nos imaginábamos. Luego visitamos diversos países del norte de África y Oriente Medio. Ahí descubrimos que uno de los puntos fuertes que pedíamos venía dado por los bazares de esos sitios. Son lugares llenos de vida.
Nos gustaron los de Marruecos (zoco de Marrakech y de Fez), Egipto (zoco de Khan al-Khalili en el Cairo), Turquía (Gran Bazar y el bazar de la Especias o egipcio).
No fue hasta 1991 año en el que decidimos visitar Petra. Nos encantó, pero sin lugar a dudas fue el bazar de la ciudad de Damasco (Al-Hamidiyya) el que nos dejó realmente fascinados. Hemos visto zocos en otros países, pero quizás este nos impresionó más.
Junto a una de sus entradas, un antiguo templo romano a Júpiter y la Mezquita Omeya, cerca también la que se supone es la tumba de San Juan Bautista.
Cuando accedes a él, te sumerges en una profusión de olores extraños y profundos que inundan tu nariz. Sacos, cajas y bandejas llenas de todo tipo de especias. Cestas y cestas de frutos secos, dátiles, higos…
Tus ojos también se saturan de colores. Rojos intensos, amarillos chillones, pardos, marrones, violetas, verdes en diversos tonos, un verdadero Pantone de color. Además están las frutas y verduras, ropas, alfombras, telas todo colabora a ello. Objetos de cobre y bronce. Orfebres trabajando en sus pequeñas forjas, junto a braseros que desparraman a su alrededor chispas de rojo y amarillo intenso. Personas que delante de ti, elaboran intrincados dibujos en bandejas de bronce con un cincel y un martillo.
Mujeres cubiertas con mantos negros de los pies a la cabeza dejando solo al descubierto la frente blanca y los ojos. Ojos en muchos casos enormes, pintados y expresando quizás lo que su rostro tapado no deja ver.
Hombres con turbante, tomando té o fumando en una pipa de agua (narguile) a la vez que desgranan las cuentas de su masbaha (una especie de rosario para llevar la cuenta de las veces que glorifican a Ala, su Dios).
Hombres cargados con cajas, que cuelgan de sus cabezas con una cinta de tela, repartiendo género y el panadero en una especie de triciclo ofreciendo su pan plano muy apreciado en oriente medio. De fondo junto con los colores y olores el sonido. Un murmullo de gente que habla, grita, discute, regatea y que genera el sonido ideal para el lugar.
Si te sientas en un café con un vaso de té en la mano y cierras los ojos. Los olores y los sonidos te trasladan en el espacio. Te parecerá haber retrocedido a los tiempos de los relatos que los grandes viajeros y alguna viajera del siglo XIX nos han dejado. Amén de litografías y grabados que nos han puesto los dientes largos en más de una ocasión.
Hay que reconocer que ayudó mucho a percibirlo todo de otra manera el que hacía unos meses había terminado la primera guerra del golfo y nosotros éramos casi los únicos turistas que había. Por temas de seguridad nadie viajaba a Siria por aquellas fechas.
Todos esos lugares tienen una cosa común, son países árabes y mayoritariamente musulmanes. Nos encanta la gente, como viven, que vitalidad muestran, sus costumbres no suavizadas como la sociedad occidental y la tranquilidad con la que se toman la vida. Su concepto de hospitalidad. Lamento decir que no es comparable con ningún otro lugar de los que hemos visitado. Lógicamente me refiero a países occidentales. Y para más inri allí es obligado regatear, el no hacerlo está mal visto. Aquí sería impensable.
Claro que todo esto, lo hablo desde una perspectiva de 30 años, hoy no sé cómo son.
Esta entada se vuelve a subir por cambio en el programa web. Su primera edición fue: 25 de febrero de 2022