Historias del camino

Logroño anno Domini 1520

El Rey Carlos I acababa de visitar la ciudad y su llegada había hecho que por unos días fuera un hervidero de gente. Llegaron de todos los sitios y hubo una semana de mercado, cosa inusual. Vinos, verduras, pollos, patos, lechones, miel y pan abundaban por doquier. En las afueras unas cuantas mancebías ambulantes. Fueron buenos días para el comercio.

Lucas tenía una pequeña guarnicionería nada más entrar en la calle Rua Vieja, según vienes del puente de piedra. Su negocio apenas le daba para que la familia, que vivía encima del taller, saliera adelante. La visita Real a él no le había aportado casi ningún dinero.

Hoy no había sido un buen día, había discutido con un cliente. Le había hecho un talabarte nuevo para la espada y un cosido del mismo no estaba realizado según lo pedido.

Aun sabiendo que no era cierto, había tenido que ceder en el precio. Eso le había amargado el día. No tanto por el dinero, que también, si no porque no era cierto.

Estaba cerrando la puerta, a la luz del candil, cuando una mano sujetó la hoja.

Sacó la cabeza y vio que el resto del hombre, cuya mano sujetaba la puerta, se correspondía con un anciano de barba muy poblada y blanca. Vestía de peregrino con callado y gorro, al cual llevaba sujeta una concha.

—¿Que desea buen hombre ?—le pregunto Lucas.

—Desde hace dos días me duele el pie izquierdo. La albarca me está rozando y me ha hecho una herida. El dolor es insoportable y no puede caminar. Necesito por favor, me la arregles para poder seguir mi camino.

—Lo siento —dijo Lucas— el zapatero está un poco más adelante, pero ahora ya ha cerrado. Deberá esperar a mañana.

—Necesito seguir mi camino, no me puedo quedar y lo que te pido no es mucho. Tú puedes hacerlo, aunque no sea lo tuyo.

En ese momento asomó la cabeza por la escalera la mujer de Lucas, quería ver por qué no subía a cenar. Cuando se enteró de lo que pasaba, le dio pena el viejo peregrino y le pidió a su marido que le reparara la albarca. Ella bajó una jofaina con agua, le lavó los pies y le curó las heridas. Luego cenaron las escasas viandas que había, compartiéndolas con el anciano. Este, mientras terminaba de repararle la albarca Lucas, estuvo contándoles historias de sus viajes.

Durante un buen rato les trasladó a lugares lejanos. Los llevó de Jerusalén a través de Anatolia, Grecia, Italia hasta España. Luego el camino hasta Santiago. Lo había recorrido en dos ocasiones y había estado de peregrinación en Jerusalén. Estaban absortos por las cosas que les contaba.

Cuando terminó, muy tarde ya, el peregrino acabó durmiendo en el taller por indicación de la mujer.

Por la mañana, cuando bajó Lucas para abrir el taller, el peregrino ya no estaba. Le había dejado una estatuilla de Santiago Apóstol. Observándola, quiso ver un atisbo de semejanza con el peregrino.

Al abrir la tienda estaba esperando el cliente del día anterior. Le quería pedir perdón por su comportamiento. Reconoció que la pieza estaba hecha como él había pedido y además con mucha maestría. Le dijo que se pasará por su casa esa tarde, quería encargarle diversos trabajos.

Cuando el hombre se fue y Lucas volvió a su trabajo vio la estatuilla. Parecía brillar en la penumbra.

Esta entada se vuelve a subir por cambio en el programa web. Su primera edición fue: 27 de mayo de 2022