Sueño paellero
Me veo en medio de la calle, no sé donde estoy, parece la calle mayor de un pueblo cualquiera en fiestas. Todo es muy extraño, todo está en blanco y negro. Ah, las ropas no, las ropas tienen color. De repente unas manos me sujetan de los brazos y casi a rastras me metieron a la fuerza en una gran tienda, dos mujeres vestidas de falleras y un hombre mayor que por las pintas se parecía a mi abuelo Miguel. O sea, pantalón negro de pana con remiendos en las rodillas y un poco corto, camisa blanca y una faja negra bien apretada a la cintura. De un lado de la faja, sobresalía una navaja de esas que vemos a los atracadores de Sierra Morena. De muchos muelles que al abrirla nunca terminan de oírse, clac, clac, clac…
—Tienes que probar esta paella. Es la mejor de cuantas hayas comido nunca.
Cuando me di cuenta tenía un enorme plato de melamina, con dibujos de Mike Mousse, lleno hasta rebosar. Era raro no ver color, todo en blanco y negro. Un tenedor y un vaso de plástico fue lo siguiente que me dieron. Luego me abandonaron a mi suerte.
Di dos bocados y en cuanto vi que nadie miraba deje todo en una mesa y salí por piernas de aquel lugar.
En la calle intenté buscar con la mirada a mi mujer, pero entre tanto personal no la veía. No había andado dos pasos cuando se me acercaron un hombre y una mujer. Esta vez iban vestidos como si se tratara de la Feria de Abril Sevillana. Ella, vestido rojo tipo reventador de camaleones con lunares blancos y él solo llegué a verle el sombrero negro típico y con ala generosa.
—Vamos, quillo pa dentro, venga, estás más delgao que una caña rociera. Que no se diga que te hemos matao de hambre.
Me meten en su caseta y sin darme cuenta me encuentro con un plato de plástico, lleno hasta las cartolas de paella en las manos. No sé dé donde ha salido, veo mucha gente, pero no veo nadie comiendo.
Desesperado, disimulo y me pongo con la pitanza cuál hambriento náufrago el día que lo rescatan. Y a la primera de cambio salgo escopeteado.
Ya en la calle me subo encima de un banco y mirando sobre el mar de las cabezas del personal allí reunido intento localizar a mi mujer. Se me hace curioso todo en blanco y negro, salpicado por vestidos multicolores. Sobre todo en las personas. Resulta toda una experiencia. Me quedo mirando como un pasmarote.
Fallo garrafal, dos manos me cogen de ambos brazos y tirando de mí en plan policía en una manifestación me bajan del banco. A rastras me meten por un portalón enorme. Dentro un patio en cuyos soportales hay largas mesas corridas llenas de comida. Me sientan en una silla debajo de una sombrilla tipo bar y sin darme tiempo a decir nada, me vuelvo a encontrar en las manos un cuenco de barro de esos que se emplea para la sopa castellana. Lleno de paella.
Esta vez no disimulo nada de nada, dejo el cuenco en una de las mesas sin color y salgo pitando como alma que lleva el diablo.
En cuanto llego a la calle, por suerte localizo a mi mujer y tirando de ella le digo que nos vamos que esta excursión ha sido un desastre.
Veo una moto con sidecar, tiene las llaves puestas y no me lo pienso, meto los bolsos, el gato y el perro en el sidecar y mi mujer detrás de mí.
Arranco y casi derrapando cojo la calle de salida del pueblo. El gato se pone a maullar y mi mujer me dice que pare, nosotros no tenemos gato. Paro y el minino se baja largándose a la velocidad máxima que daban sus raras y cortas patas.
Arranco, cuando miro por el retrovisor, veo a uno que viene hacia nosotros corriendo y gritando «que se llevan la moto del alguacil, a los ladrones, que se llevan la moto del Genaro».
Esta entada se vuelve a subir por cambio en el programa web. Su primera edición fue: 5 de noviembre de 2022