Foto de un local de diversión de finales del siglo XIX

«La caliente Molly»

Parte II

—Shut, Shut —llamó en voz baja Shirley, a la vez que golpeaba suavemente con los nudillos la puerta de su cuarto.

—¿Qué quieres? —se oyó desde dentro— espero que sea algo importante, he tenido mala noche y me duele la cabeza.

La noche anterior había tenido un encontronazo con un par de tipos y para quitarse el cabreo se llevó a Betty, una nueva que acababa de llegar, y un par de botellas. De ahí el mal cuerpo de hoy.

Cuando abrió la puerta, Shirley pasó y cerró. Le entró la risa al ver a Shut. La camiseta que a duras penas le tapaba la barriga, los calzoncillos rotos dejando al aire su miembro. No es que no se lo hubiera visto antes, lo había visto y usado muchas veces, pero así de sopetón le hizo gracia.

—Tienes que saber —dijo ella— que Molly, quiere vender el local a Butter.

Butter era el dueño de otro de los burdeles de Mc.Karthy. A ese iban los ingenieros y capataces, tenía más clase.

—Parece ser —siguió diciendo ella— que está casi acordada la operación y he oído que tú no entras en ella. Compra el local y nosotras pasamos a trabajar para él, pero a ti y al tonto no os quiere.

—Gracias Shirley, tendré en cuenta el favor que me has hecho.

—Ya sabes que me gustas mucho y por ti haría cualquier cosa.

Después de conocer la noticia, Shut estuvo meditando casi toda la mañana. Desde luego algo se le tenía que ocurrir. Además, con los apaños que tenía montados… No estaba dispuesto a perder aquel empleo. Pensaba que Molly no podía hacerle eso. Si el local iba como iba era gracias a él.

Se creía firmemente, en su extraña manera de razonar, que él era el motor de todo. No podía consentir que lo echaran a un lado. Le costaba llegar a ver lo que tenía que hacer. Tuvo que esforzarse, pensar y pensar. Hasta después de comer no comenzó a vislumbrar el principio de algo. No tenía claro como resultaría, pero dando los primeros pasos iría viendo como seguir.

Lo primero era cargarse a la desagradecida de Molly. Subiría a su habitación, a última hora de la tarde, y la mataría. Su estrecho cuello, cedería con facilidad. Luego, la metería en un baúl y se desharía de ella.

Con sumo cuidado redactó un papel en el que indicaba que compraba el local a Molly. Muchas veces antes había imitado su letra y su firma en papeles de compras y talones.

Convencer a Shirley para que se hiciera pasar por Molly, le costó un poco más. No estaba muy por la labor, pero unas bonitas palabras y alguna incierta promesa la decidieron a ayudarle. Era de la misma estatura y con las ropas de ella y un buen sombrero, nadie lo notaría. Sobre todo si no hablaba.

A última hora de la noche, Shut reunió a los trabajadores del burdel y les comentó que sabiendo que Molly quería vender el local, él se lo había comprado y al día siguiente irían a la ciudad para legalizar el contrato. Dejó encima de la mesa, para que lo vieran, los papeles con la firma de Molly y todos quedaron convencidos de que así había sido.

A la mañana siguiente, Molly acompañada de Shut fueron a coger el tren de la mina. Bajaba el mineral hasta la capital y tenía un vagón para llevar pasajeros.

Mientras los dos se acomodaban en sus asientos, en el vagón de equipajes metían el baúl de Molly.

Cuando el tren arrancó, ella, desde la ventanilla, saludó a las dos o tres personas que habían ido a despedirla, a pesar del frío que hacía.

Luego, cuando ya habían salido del apeadero, se quitó el sombrero y sé bajo el cuello del abrigo.

—¿Qué tal lo he hecho Shut? —dijo Shirley—creo que todo el mundo se lo ha tragado.

—Has estado muy bien, realmente muy bien. Ahora a ver si nadie sube a tu habitación a molestarte.

—No te preocupes, anoche le dije a todas que me encontraba fatal y que hoy me quedaría todo el día en la cama para recuperarme.

Shut no había trazado un plan completo y cuando llegaron Chitina, que es donde estaba la primera parada del tren que tenía embarcadero, hizo bajar el equipaje al andén. Cogieron una habitación en un hotel cerca de los muelles, almorzaron, y una vez instalados él se fue a dar una vuelta. Entró en un bar, se tomó un par de tragos. Necesitaba pensar. Otros cuatro tragos más tarde, ya tenía una ligera idea de los pasos a seguir.