El sueño americano…
Parte III
—Aquí trabajan diez mujeres empaquetando pedidos. Luego, lo que hay que distribuir fuera de aquí se envía como mercancía a través de la empresa «legal» de logística y lo que es para nuestro entorno cercano se distribuye a través de negocios «legales» como el de la pastelería.
Ese que se acerca es Miguel, se ocupa de controlar todo esto desde que se marchó Martina. Me interesa que a partir de ahora te ocupes tú. Él es el marido de mi cuñada y quiero alejarlo un poco del contacto directo con las chicas. Me lo ha pedido ella y no me puedo negar. Una vez que te enseñe como funciona todo esto, lo mandaré a otro sitio.
«Guadalupe vio que muchas cosas habían cambiado, pero lo de que las mujeres que manipulan la droga fueran en ropa interior seguía igual que antes».
—Aquí todo, ya ves, está informatizado. Cuando se marchó Martina, me acordé de ti. Recordé que sabías manejar ordenadores, incluso que habías hecho algunos cursos. Bien, tienes un par de días para que te hagas a esto. Miguel te aclarará todo lo referente al trabajo y al transporte. La semana que viene volvemos a hablar para ver como te va.
Manuel se marchó y Miguel la acompañó a la oficina. El lugar era sencillo, una mesa con un ordenador, un teléfono, dos sillas y unos archivadores.
Miguel no le quitaba el ojo de encima, mientras le iba comentando como funcionaba todo. Como recibían los pedidos, se organizaba su preparación y se despachaban para su entrega.
Guadalupe vio que el trabajo no le iba a suponer ninguna dificultad, pero hacía dos horas que conocía a Miguel y sabía que le podía dar problemas.
Tenía esa mirada que te repasa el cuerpo de arriba abajo y las manos un poco largas. No le extrañó que Manuel lo quisiera quitar de ahí. Era un peligro y fuente de problemas.
Cuando pararon, a mediodía, un rato para comer, pudo ir a la zona que hacía de vestuario y hablar con las chicas. Todas ellas eran jóvenes y con un buen cuerpo. Eso no lo podían ocultar. Se presentó y varias de ellas no la miraron con muy buena cara. Se informó de como era su trabajo y del tema del transporte para llegar hasta allí. Un microbús las recogía en un punto bastante alejado de donde ella vivía. Una de las chicas, que desde el primer momento fue amable con ella, le comentó que en el motel donde vivía había habitaciones libres y estaba cerca de la parada. Además, era barato y curiosamente limpio.
No se lo pensó y ese mismo día, acompañada de Dolores, que así se llamaba ella, se trasladó a su nuevo hogar. No le había engañado. Tenía buen precio y aunque las habitaciones eran sencillas, al menos estaba todo muy limpio.
Poco a poco se fue haciendo al trabajo. A la semana siguiente, Manuel fue para comprobar como le iba y se quedó muy satisfecho al ver como se había hecho cargo de todo. Ese mismo día Miguel se marchó.
A partir de ese momento el ambiente se relajó un poco. Las mujeres conocían su oficio y la verdad es que se lo tomaban con interés. Pasado un mes habló con Manuel sobre que las mujeres fueran medio desnudas. Todo estaba lleno de cámaras de vigilancia y, salvo por alegrar el ojo a quien estuviera detrás, no lo veía necesario.
Ese día, durante la parada del almuerzo, se lo comentó a las chicas y les dijo que a partir de la semana siguiente llevarían unos buzos, y unas mascarillas mejores. Eso sirvió para ganarse a casi todas, salvo a una panameña a la que no le caía bien. Con el resto iba tomando confianza y ya casi era una más entre ellas.
En ese tiempo, Dolores y ella habían entablado amistad. Todos los días iban y volvían juntas. Un sábado por la noche, que decidieron salir a cenar, fue un buen momento para las confesiones.