El sueño americano…
Parte V
Ese fin de semana Roberto invitó a cenar a Guadalupe. Fueron a un pequeño restaurante mejicano, que había cerca del motel donde ella vivía. El ambiente era agradable y acogedor.
Roberto le contó que había nacido allí. Su padre era sueco y se casó con su madre, que era una inmigrante mejicana. Estudio ciencias, pero lo dejó para ingresar en los marines. Estuvo en Afganistán y cuando volvió no quiso trabajar en el negocio de su padre. Después de pasar por distintos trabajos, acabó de encargado de mantenimiento en el motel.
Guadalupe le habló de sus peripecias para entrar en el país, los problemas con los trabajos ilegales y la muerte de su marido. No le comentó nada más, salvo que trabajaba en las oficinas de una empresa de transporte junto a su amiga Dolores.
Una mañana, cuando llegó al trabajo Guadalupe, Manuel la estaba esperando. Encima de su mesa le había dejado dos carpetas.
—Verás Guadalupe, voy a empezar a trabajar con dos nuevos clientes. A partir de la próxima semana, tenemos un mes para probarles que podemos mover su género. Si lo hacemos bien, seremos sus principales distribuidores en esta parte del país.
Ella revisó la documentación que Manuel le había dejado.
—No veo ningún problema, lo que nos piden, lo podemos hacer.
—Veo que no me equivoque al contratarte, ya controlas bien el negocio.
Esa noche, como todos los días desde hace un tiempo, cuando volvió al motel le estaba esperando Roberto y se sentaron junto a la piscina.
—Verás Guadalupe —dijo titubeando—. Debo decirte algo. Por favor, quiero que me escuches hasta el final sin interrumpirme. Después te responderé a todo lo que me quieras preguntar.
Soy del FBI y llevo un año vigilando los negocios de tu jefe. Me hubiera gustado tener esta conversación más adelante, pero las cosas se han precipitado y no me queda otro remedio que decírtelo ahora. Te hemos investigado y sé que puedo confiar en ti. Sabemos lo de tu marido y por lo que has tenido que pasar hasta tener que trabajar para Manuel.
Guadalupe no sabía que decir, no podía creer lo que Roberto le estaba contando. Tanta amabilidad, tantas esperanzas, con lo que le gustaba y ahora le salía con esas.
Antes de que pudiera reaccionar, Roberto siguió hablando.
—Martina trabajaba para nosotros, bueno, en este caso la fichó la DEA, pero yo era quien hablaba con ella. Nos pasaba información sobre Manuel y los movimientos de la droga, pero había que investigar mucho antes de ir a por él.
«No tengo palabras, no sé qué decir, no quiero ser una mujer histérica que se pone a gritar porque le han engañado, aunque lo han hecho tantas veces de él no lo esperaba».
—Guadalupe lo que siento por ti es real, no tiene nada que ver con esto. Al principio era trabajo, pero en la primera semana me cautivaste y realmente estoy enamorado de ti.
—Eres un cretino, Roberto, ¿cómo puedes decir eso si no has tenido la decencia de decírmelo antes? Lo estás haciendo ahora porque no te queda otra.
—No, no es verdad. Me hubiera gustado decírtelo antes, pero no podía.
—¡Y qué pasó con Martina! ¡Y qué es eso de que trabajaba para vosotros!
—Verás, a su hermano, lo pillaron con cinco kilos de cocaína. Movía droga desde Colombia. Tras investigarlo, vieron que su hermana trabajaba para Manuel. En aquel momento, este comenzaba a expandirse. No le dieron elección, o les informaba, o su hermano iba a la cárcel. Un año más tarde, no sabemos qué pasó, pero desapareció. Creemos que la quitaron de en medio. Luego llegaste tú.
—¿Y como es que en tanto tiempo no los habéis detenido?
—No nos interesaba sacarlo aún de la calle. Manuel antes no era un problema, pero ahora sí que lo es. Nos ha llegado la información de que quiere comenzar a distribuir la droga de un cartel colombiano; ahora es el momento de acabar con su organización. Sé que no es fácil lo que te voy a pedir, pero necesitamos que sigas donde Martina lo dejó.
—Pero yo no puedo ayudaros. Bueno, quizás haya algo que pueda darte, pero no voy a arriesgarme por nada. Antes quiero saber que voy a sacar yo de todo esto.
—Bueno, tú dirás.
—Es sencillo, quiero que cuando esto termine a Dolores y a mí se nos dé la nacionalidad americana. Queremos vivir en algún lugar de Arizona, y que se nos facilite empezar una nueva vida. Su madre y su hijo deberán reunirse con ella, con todos los papeles en regla. Nada de esto es negociable.
—Tengo que consultarlo. Creo que si la operación sale bien podré conseguirlo, aunque me sorprende lo lejos que te quieres ir. Me gustaría que siguieras aquí. En fin, había pensado que quizás tú y yo…
—Ahora no hay ningún tú y yo. No me hace ninguna gracia el lío en que me quieres meter. Conozco a Manuel y si se entera me hace lo que a Martina, pero seguro que con mucha más crueldad. Como te he dicho antes, tengo algo que te puede interesar. Tengo la posibilidad de conseguir una carpeta que dejó Martina el día antes de desaparecer. Creo que tiene información que os puede ser de utilidad. Ahora voy a hablar con Dolores, quiero saber qué opina ella de lo que hemos hablado.
—Sé prudente con lo que le dices, adviértele que no se lo puede contar a nadie.
Al rato, Guadalupe le confirmó que iban adelante con lo hablado. No quiso decirle que, pese al miedo, Dolores lloraba de alegría al pensar que podría vivir con su hijo y su madre aquí, sin miedo a ser deportada.
Dos días más tarde, Roberto le dijo que si la información era buena y servía para desmantelar todo, contara con lo pedido. Además, debería informarle de los movimientos que ella fuera viendo en las próximas semanas.
A petición de Guadalupe, Dolores habló con su madre para decirle que alguien iba a recoger el sobre que le envió hace un tiempo.