Calor y frio en Laponia
Parte IV El cazador
Después de unos eternos segundos de gritar y pelear, se dio cuenta de que el animal no se movía, era un bulto pesado.
Una mano agarró su brazo y con un fuerte tirón la sacó de debajo del lobo. Lo primero que vio Shannia fue la cara sonriente de un hombre joven que, enfundado en pieles y con un arco en la otra mano, le miraba fijamente. Un lobo gris, con una flecha clavada en el costado, se deslizó a sus pies.
—Has tenido suerte, llevo varios días tratando de dar con este. Es un animal solitario, ha matado varios renos últimamente. Tú ibas a ser su próxima presa.
—Gracias —tartamudeó ella—, no supe reaccionar, no lo vi.
Con el susto aún el cuerpo se sentó en la moto, la cabeza le daba vueltas, se sentía un poco mareada.
Mientras, él se quitó la mochila, revolvió en ella sacando un termo y poniéndole en la mano una taza, le sirvió un líquido oscuro que humeaba.
—Es café, te entonará el cuerpo.
—Gracias, nunca me había tocado vivir algo así. Es la primera vez que, en el tiempo que llevo aquí, tengo un percance de este tipo. Siempre me he movido por estos lugares sin problemas. Perdona, me llamo Shannia y soy médico. Me ocupo de las comunidades de esta zona e iba ahora a visitar una granja que hay al final del río, junto al lago Kkaakurrilotte.
—La conozco, son parientes lejanos. Por cierto, me llamo Davvit y desde hace un par de meses vivo cerca de aquí con mi madre. Mi padre y mi abuelo murieron, hace poco, en un accidente y he vuelto para hacerme cargo de la granja.
—Los conocía, lo sentí mucho, eran buenas personas. Visité a tu madre por si necesitaba algo, me habló de ti, te estaba esperando. Me enseñó fotos y me mostró la cabeza de un alce que, según me contó, cazaste cuando tenías dieciséis años. Sintió que te fueras, al parecer te gustaba esto y todos pensaban que te quedarías.
—Bueno, cuando me gradué decidí irme a la universidad. Luego, las cosas se complicaron y terminé trabajando para un grupo inversor. Pero al final, el accidente me ha hecho replantearme mi vida y he terminado aquí, llevando la granja. Me imagino que se te estará haciendo tarde, si quieres, te acompaño a la granja y de paso los saludo y les comento lo del lobo. Sé que han perdido algún animal por su culpa.
Él se fue a buscar su trineo.
Mientras esperaba, ella pensó «lo que le había pasado era un aviso, hasta la fecha había viajado con mucha confianza, quizás con demasiada. Ahora sabía que allí los descuidos no se perdonaban y se podían pagar caro. Teniendo en cuenta lo despoblado de la zona, había tenido mucha suerte de que Davvit hubiera estado allí, justo en ese momento, y además era guapo. Desde que llegó a Inari, su vida social había sido casi nula, aunque tampoco la había echado en falta. Ahora, sus pensamientos le producían un cosquilleo en la nuca».
Al poco, oyó unos ladridos; por la pequeña ladera de su derecha apareció un trineo tirado por unos briosos perros. Cuando llegó a su altura, Davvit lo detuvo y cargó el lobo. Luego, volviéndose a ella, le pidió que lo siguiera.
La condujo por un camino desconocido, pero cómodo de seguir, y por lo que pudo apreciar bastante más rápido que el utilizado por ella. Él manejaba con mucha soltura los perros y un rato después paraban en la puerta de la granja.
De la vivienda salió una mujer que, a pesar del frío, llevaba los brazos al aire. Se acercó a ellos y, después de saludarse, ayudó a la doctora con el maletín.
Ellabba, la mujer del granjero, y Shannia habían hecho amistad. Desde que esta comenzara a trabajar, la había tenido que visitar en varias ocasiones por los hijos. Tenía tres: el más pequeño de dos años y el mayor de ocho. Este último era el motivo de su viaje.
Mientras Davvit se acomodaba en la cocina, donde la mujer estaba elaborando queso, las dos mujeres fueron a ver al enfermo. Efectivamente, era sarampión. Shannia comentó con Ellabba lo que debía de hacer, sobre todo para que no se contagiaran sus hermanos.
—Bueno, Davvit ya me ha contado Shannia cómo os habéis conocido. Ahora entiendo lo del lobo en el trineo. Ya le he dicho la suerte que ha tenido. La semana pasad nosotros perdimos un reno y, por lo que dijo mi marido, había sido un lobo. Esto lo confirma —mientras hablaba, puso sobre la mesa dos kursas con café, un plato con tarta de mirtilo y otro con queso.
—Supongo que debía de ser un lobo solitario, de otra forma no estaríamos hablando aquí —dijo Davvit. No obstante, le dices a tu marido que, durante unos días, tenga cuidado cuando salga por los alrededores.
—Bueno, Ellabba me gustaría seguir charlando —dijo Shannia—, pero tengo que ir a ver al Sr. Kaanelli para quitarle la escayola y quisiera volver a dormir a casa.
—Yo te acompaño —dijo Davvit. Así, si te hace tarde, podemos llegarnos a mi casa. Mi madre estará encantada de volver a verte.
Mientras seguía al trineo, Shannia volvió a notar ese cosquilleo en la nuca y sintió cómo se sonrojaba. Un bache del camino la hizo volver a la realidad, solo le faltaba tener un accidente.
Una hora más tarde entraba por la puerta de la casa del Sr. Kaanelli. Estaba en la cocina, sentado en un sillón, con una tabla debajo de la pierna para mantenerla estirada, al lado de la ventana. Según su hija le encantaban mirar por ella, se pasaba las horas allí.
—Buena pieza llevas en el trineo —dijo el viejo—. ¿Dónde la has cazado?
—Hola, Ka —le saludó Davvit—. Lo maté en el camino que lleva a casa de Ellabba, cuando estaba a punto de zamparse a la doctora.
—Tuvo suerte de que pasaras por allí —dijo Ka—, si no, vete a saber qué hubiera pasado.
Mientras Shannía le quitaba la escayola, el Sr.Kaanelli se entretuvo contándoles cómo cazó su último lobo. El gorro que llevaba estaba hecho con su piel.
Shannia, una vez hubo terminado, le dijo a la hija que tenía que frotarle la pierna con crema y que caminara, poco a poco, todos los días. Tenía que volver a coger fuerza en esa pierna.
El viejo, que no deseaba otra cosa que poder moverse, no esperó a que su hija lo ayudase. Para cuando la doctora y Davvit se dieron cuenta, ya había salido él, camino del establo apoyado en un bastón.
—Bueno, doctora, volver a tu casa te llevará casi dos horas y se te va a hacer de noche por el camino. Mantengo la oferta de pasar la noche en mi casa y mañana, de día, puedes volver a Inari. Estoy seguro de que, como te he dicho, mi madre estará encantada de tener compañía.
—Vale, acepto, no me apetece viajar de noche y menos hoy.
A una orden de él, los perros comenzaron a tirar del trineo y Shannia, en la moto de nieve, le siguió a través del bosque de pinos y abedules. A buen ritmo llegaron a casa de Davvit, cuando la temprana noche se les echaba encima; eran las cuatro de la tarde.