Relato inspirado en la obra «El soldado [En brazos de la muerte]» de Hans Holbein el joven.

El soldado

Estaba un poco harto. Desde que lo destinaron al frente del oeste, su vida había dado un gran cambio.
Ahora la notaba más cerca, estaba siempre a su lado, era como su sombra. Había momentos en que podía olerla, respirar su aliento, incluso sentía que le hablaba diciéndole que no era inmortal. Eso le causaba un profundo desasosiego. ¡Bien sabía él que era mortal! Pero, que se lo recordaran, le ponía los pelos de punta.
Cuando eso pasaba, la sensación de seguridad, que normalmente sentía, se le venía abajo. Ser consciente de tu vulnerabilidad era frustrante.
Honor, justicia, patria, amigos, lealtad, sacrificio, esas bonitas palabras que normalmente le hacían sacar pecho; que le hacían ver que su sacrificio servía para algo, cuando la otra se hacía presente, se desvanecían. No se la podía engañar, allí, en el frente, cara a cara con ella.
Solo te quedaba rezar, puede que no sirviera de nada, pero por si acaso…

La preparación artillera con un bombardeo masivo, durante una hora de las posiciones enemigas, me devolvió al momento presente.
Preparar bayonetas, granadas de mano, munición para el máuser, colocarse bien el casco, ajustarse la mochila y, por si no vuelves, dejar al intendente una carta para tu mujer.

Saltamos todos a la señal del sargento, corremos entre árboles, más allá la zona sin protección barrida por las ametralladoras. Se me acerca al oído, me dice palabras bonitas, me dice que siga, me está esperando.
Para dejar de oírla, salgo de la protección de los árboles, zigzagueo por la verde pradera mientras silban las balas a mi alrededor.
Me sigue animando… Perversa, posesiva, juguetea conmigo, me susurra al oído, me quiere para ella.

Una bengala se descuelga del cielo suavemente, danzando colgada de su paracaídas, iluminándolo todo. Quedo a la vista, oigo dos cracs secos y un impacto en el pecho me lanza hacia atrás…
Me agarra de la mano y tira de mí, poco a poco me abandono y me dejo llevar…

El olor a alcohol, sangre, cuerpos mal lavados y putrefacción es lo primero que percibo cuando abro los ojos. Con mucho esfuerzo levanto la cabeza, estoy en una gran habitación llena de camas. Quejidos, llantos, gritos; meneo las piernas y los brazos, parece que todo sigue ahí.

—Creo que esta vez he librado, no me ha llevado con ella.

Relato inspirado en la obra «El soldado [En brazos de la muerte]» de Hans Holbein el joven. Enlace.

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