El karma III
—Curtis, Mijail se ha vuelto a meter en problemas, vete a su casa y mira a ver como lo solucionas.
No fue de muy buen talante, estaba más que harto de tener que resolver ese tipo de problemas.
Cuando entró en el ático, que Mijail tenía en el centro de Los Ángeles, en seguida se dio cuenta de que aquello no le iba a gustar; intuyó que era algo más gordo que las broncas y peleas de costumbre.
El salón estaba desordenado, con sillas tiradas y botellas rotas por el suelo. En un sillón, Mijail yacía, con el rostro cubierto de golpes y arañazos, en un estado lamentable. Le echó un vistazo rápido y pudo ver que las heridas no eran graves.
En el baño, dentro de la bañera, encontró a su amigo Durvaf y a una joven. Él desnudo y ensangrentado con un golpe en la cabeza y ella en ropa interior, tirada encima de él, con un cordón alrededor del cuello.
En la habitación, en el suelo, a un lado de la cama, otra chica joven desnuda, con golpes en todo el cuerpo. Tenía la cara destrozada, infinidad de cortes y un cuchillo clavado en la espalda.
Volvió al salón y buscó al guardaespaldas de Mijail, se suponía que debía de estar allí; lo encontró detrás del sofá, con un balazo en la cabeza.
—Soy Curtis, llama al médico y que venga a casa de Mijail. Necesito a los de la limpieza con la furgoneta, tienen que mover cuatro objetos grandes, ya me entiendes.
Tres horas más tarde, los cuatro cadáveres habían sido retirados y el apartamento como nuevo.
Unos días después, Mijail había mejorado considerablemente. Reconoció, cosa extraña en él, que se había excedido un poco. Al parecer, en su paranoia, pensó que el guardaespaldas quería matarlo y le pegó un tiro. Con las otras víctimas no recordaba qué había pasado. Lo peor es que sí había tenido que ver con las otras muertes, pero no mostraba remordimiento ni pena.
En cuanto Mijail se recuperó, su padre lo mandó a un rancho que tenía en Arizona. Había sido la casa familiar hasta que el padre de Lazslo murió.
Pensó que después de lo ocurrido, le vendría bien estar un tiempo solo. Le dijo que no volviera hasta que él lo llamara.
Una semana más tarde, Curtis recibió una llamada de Mijail. Le pedía que fuera, tenía problemas. Le había llamado a él por miedo de hablar con su padre.
Al día siguiente, voló a Tucson, alquiló un coche y condujo hasta el rancho.
Curtis no sabía lo que se iba a encontrar. Iba mentalizado para cualquier cosa, pero ese día, al ver a una chica tan joven, desnuda y tirada en la cama, algo se le revolvió por dentro.
—Mira, Mijail, lo tuyo no tiene arreglo, no vas a cambiar. Esto se acaba aquí y ahora —cogió la pistola que había encima de la mesa y le pegó un tiro.
—Lazslo, estoy en el rancho, Mijail me pidió que viniera. Tenía problemas con una chica gravemente herida, pensaba que iba a morir y quería que se lo solucionara. No se atrevió a decírtelo a ti. Siento tener que decirte esto. Cuando llegué estaban los dos muertos, al parecer se mataron entre ellos.
A él lo he enterrado detrás de la casa, junto a la tumba de su abuelo, pensé que te parecería bien. A ella la he hecho desaparecer.
Mañana estaré de vuelta, tenemos que hablar —colgó sin darle tiempo a decir nada más.