La biblioteca de los libros no escritos
Gabriel siempre había pensado que las leyendas urbanas tenían un origen.
No creía en fantasmas ni en maldiciones, pero sí sabía que las historias, a fuerza de ser repetidas y retorcidas, llegaban a convertirse en algo diferente, perdiendo su verdadera raíz.
La primera vez que oyó hablar de la Biblioteca Infinita fue en una conversación entre dos profesores en la universidad. Hablaban entre ellos en susurros, no eran los clásicos profesores al uso, no. Un halo de misterio los envolvía y parecían no querer compartir todos sus conocimientos, como si ocultaran algo.
Así, por casualidad, pudo oír que existía un lugar donde se guardaban todos los libros que jamás habían sido escritos. Una biblioteca donde estaba todo aquello que la humanidad pensó, pero nunca escribió.
Desde ese momento, Gabriel, obsesionado con la idea de encontrarla, se dedicó a investigar sobre ella. Por más que preguntaba, nadie parecía saber nada; es más, se corrió la voz de que estaba un poco loco. Después de mucho buscar, encontró algunas referencias en manuscritos de la Edad Media y en foros de la deep web. Eruditos, obsesionados como él por ese saber perdido, aseguraban que esa biblioteca se encontraba en un lugar al que no se llegaba andando, ni con un GPS.
La biblioteca parecía ser que te encontraba a ti, cuando tú estabas listo para encontrarla. Eso sí, se decía que cuando eso ocurría, no volvías a ser el mismo.
Una tarde, después de meses, sintió que algo había cambiado. Rebuscando en una librería antigua, mientras ojeaba un catálogo de textos anónimos, vio un pasillo que al entrar juraría que no estaba. Comenzaba entre dos estantes de libros y cuando empezó a andar por él, un persistente olor a papel húmedo penetró en su garganta. Era estrecho, oscuro y, con cada paso que daba, la percepción de la realidad le iba cambiando; no sabía explicar cómo, pero lo notaba. Cuando levantó la mirada, la oscuridad había desaparecido y en ese momento supo que la había encontrado.
Las estanterías se elevaban hacia un cielo invisible, y los libros susurraban. No había techo ni suelo definidos, solo el constante murmullo de páginas que pasaban solas. Un escalofrío recorrió su espalda.
—Has llegado —dijo una voz que surgió de la nada.
Sintió una presencia detrás de él y al volverse, vio una figura envuelta en sombras. No era exactamente humana, pero tenía un cierto parecido.
—¿Quién eres? —preguntó Gabriel.
—Uno de los guardianes.
—¿Guardianes de qué?
El ser se desplazaba lentamente, como si flotara entre las estanterías.
—De los conocimientos que jamás fueron escritos, de las ideas que nunca encontraron su camino en la historia, de los finales alternativos que habrían cambiado el mundo.
Gabriel estaba confuso, aquello no era lo que había imaginado.
—¿Por qué existe esta biblioteca?
—Porque la mente humana nunca deja de crear. Todo lo pensado, todo lo imaginado, todo lo soñado tiene su reflejo aquí. Porque no todo puede ni debe ser escrito.
Gabriel recorrió con la vista los libros y libros que lo rodeaban. Había títulos imposibles, escritos en lenguas desconocidas.
—¿Puedo leer alguno?
El guardián sonrió, o al menos hizo algo parecido a sonreír.
—Puedes, pero recuerda: lo que descubras aquí no podrás olvidarlo.
Gabriel vaciló. Intuía que, si abría un libro, su vida no volvería a ser la misma.
Pero su curiosidad era más fuerte que su miedo.
Tomó un volumen de la estantería más cercana, lo abrió, y en ese instante pensó. No debería haber venido ¡porqué lo tuve que leer!
Lo que allí se describía nunca sucedió, pero de haber sucedido…