Zeus e Ío
Ínaco y su mujer Melia, habían decidido formar su hogar en Argos. Allí su vida transcurría con la tranquilidad propia de quien tiene todo resuelto en la vida.
El favor de los Dioses así lo garantizaba ya que había luchado en todas las guerras a las que Zeus le había enviado. Por su coraje y fidelidad, este le había premiado con honores y tierras.
En un lado de la ciudad tenía levantada su casa. Situado en el centro del edificio, un florido y bello jardín con dos fuentes, llenaban de agua un estanque con nenúfares que daba frescura y humedad al patio interior. Árboles frutales y flores perfumaban el aire, convirtiéndolo en un lugar placentero para descansar las tardes calurosas del estío.
Por él correteaba Ío, la pequeña de la casa, que a su padre tenía cautivado. Su belleza fue incrementándose con el paso de los años. Llegó un momento en que fue requerida para ser sacerdotisa en el templo de la Diosa Hera, esposa de Zeus.
—Madre —dijo Ío, ¿debo hacerlo?, ¿no puedo esperar un poco?, siento que todavía soy pequeña…
—Ío, es un verdadero honor el que se te concede —dijo su madre— y no puedes rechazarlo. Además, conocerás a más jóvenes de tu edad y harás nuevas amigas.
Fue llevada al templo y durante los siguientes años la iniciaron en las labores, que como sacerdotisa iba a tener que hacer.
En una ofrenda que se hizo en el templo en honor a Zeus fue vista por este, que se quedó prendado de ella.
En los días siguientes, mientras Ío dormía, Zeus se metió en sus sueños. Se presentó con su imponente figura y rodeado de todo el esplendor de un Dios. Intentó poseerla y ella se negó. Furioso por su rechazo, Zeus llamó al padre de Ío, Ínaco, y lo amenazó con la miseria para él y toda su familia.
—Zeus, Zeus, —llamó Ío. Sé que has amenazado a mi padre y a mi familia. No es propio de un Dios hacer eso, aunque seas tú el más poderoso.
Zeus la oyó, pero haciendo caso omiso de lo que le decía, preparó todo para poder encontrarse con ella.
El día elegido por Zeus, Ío fue llevada a su presencia.
—Mi bella Ío, —dijo Zeus— siento un irrefrenable deseo de poseerte desde el momento en que te ví.
En ese preciso instante, con un golpe fuerte de la puerta al abrirse, se presentó delante de ellos la Diosa Hera. La furia se reflejaba en su rostro, con los ojos muy abiertos y el ceño fruncido.
—Zeus —dijo Hera gritando— no puedes no puedes ir por ahí encandilando a todas las vírgenes de los templos. Eres un mujeriego y un mal marido.
Como venganza Hera exigió a Zeus que le entregara a Ío y él no tuvo valor para negarse.
Riendo y sabiéndose vencedora, para separarla de él, la hechizó y condenó a vagar por el mundo.
Zeus era un gran Dios, pero en lo tocante a las mujeres era como el resto de los Dioses, un caprichoso.
Años más tarde llegó a oídos de Zeus el paradero de Ío. Ardiente de deseo fue a buscarla y con sus poderes deshizo el hechizo.
Se encontraron en lo que serían los jardines del Edén, en una isla a orillas del río Pisón.
—Gracias por rescatarme Zeus, susurró Ío —mientras se recostaba en el kline donde él descansaba.
Zeus la colmó de caricias e Ío cedió a sus deseos.
Tuvieron un hijo, Épafo, que luego sería rey de Egipto.
Cuando se enteró Hera, entró en cólera y mandó que le quitaran el hijo.
Nuevamente Ío se vio obligada a volver a recorrer el mundo, esta vez para buscarlo.
Tras años de ardua búsqueda lo encontró.
Cuando recordaba sus tiempos de juventud, una sonrisa le iluminaba el rostro. Su deseo más ferviente era ser una buena madre y esposa.
Con los años se casó y encontró la tranquilidad que no había tenido hasta entonces.
Más tarde Zeus quiso hacerla Diosa y le construyeron estatuas, pero ella no quería eso.
Pidió que la convirtiera en un cuerpo celeste que pendiera para siempre del firmamento; no quería vivir en la tierra.
Así lo hizo, la convirtió en una bella luna y la colocó junto a él ya con su nombre romano, Júpiter, en el cielo de esta galaxia.
Esta entada se vuelve a subir por cambio en el programa web. Su primera edición fue: 15 de febrero de 2021