Sin la Y
No podía ser cierto lo que estaba viendo, por la acera de la izquierda iba andando José Bonilla.
Después de lo que pasó hace tres sábados por la noche con su padre Ricardo, no entendía como no había desaparecido del pueblo para siempre.
El chaval no tenía la culpa de haber tenido ese padre, no tenía culpa de nada.
Es más, era un milagro que tuviera un carácter tan pacífico teniendo en cuenta la familia de dónde venía.
Típico a más no poder, padre borracho, madre maltratada, que se larga de casa llevándose a la pequeña Elena.
—Mira José —le dijo la madre. Se que no está bien lo que hago contigo, pero no sé cómo salir de este lío. No aguanto más las palizas de tu padre, en cuanto pueda instalarme en algún sitio, te vendrás a vivir con nosotras. Me tengo que llevar a la pequeña, no puede seguir viviendo aquí. Espero que tú aguantes un poco más.
El problema es que José se quedó solo con su padre, daba miedo pensar lo que podía pasar entre ellos.
Él con catorce años de edad tenía una gran fortaleza desarrollada a base de trabajo duro en el campo.
Gracias a que tenía un gran corazón nunca las cosas llegaban a más, aunque la convivencia era difícil. Aprendió a aguantar mucho sobre todo desde que su padre le amenazó con ir a por su madre, un día que andaba más borracho que de costumbre.
Por boca de Juan, el amigo con el que su padre se iba de juerga supo que el viejo averiguó dónde estaban. El mal estaba hecho, pero daba gracias al cielo de que ella hubiera dado el paso de abandonar a su padre.
El sábado pasado, de noche, su padre volvió a casa más borracho que de costumbre. Al entrar por la puerta vio al hijo jugando con la videoconsola, nada que no fuera habitual, pero que esa noche algo no funcionaba bien en el cerebro de Ricardo.
Fue al garaje, un minuto más tarde apareció en el comedor. Sin decir nada disparó la escopeta, dándole por la espalda de lleno a su hijo. Sin mirarlo siquiera, colocó el arma en el suelo, metió los cañones en la boca apretando el gatillo.
Todos supimos lo ocurrido al día siguiente, también supimos que José había tenido suerte. El disparo le había dado en la espalda, pero solo unos pocos perdigones, el resto se perdieron en la pared.
Alonso, el del periódico, intentó hablar con chico, pero este se negó. Días después desapareció del pueblo.
Al día siguiente de ver a José, supimos que había vuelto a recoger la casa, meter todo en un camión e irse. Se mudaba con su madre.
Nunca supimos del porqué Ricardo hizo lo que hizo, pero lo que muchos pensamos es que, dentro de lo malo, todo había terminado bien.
Tiempo después tuve que viajar por temas de la empresa. Vi un día a José, más moreno si cabe que antes. Su sonrisa junto con el brillo de alegría en sus ojos me indicó que no era el chaval profundamente triste que recordaba.
Esta entada se vuelve a subir por cambio en el programa web. Su primera edición fue: 22 de marzo de 2021