Odastuhttit

Hallelujad de Leonard Cohen

Erick Guftarson era un pintor poco conocido para el público en general, pero tenía sus incondicionales. A todos ellos, cuando les preguntabas que es lo que les atraía de la obra de Erik, de una forma u otra coincidían en que sus cuadros les resultaban tremendamente familiares. Se sentían relajados contemplando sus lienzos, les inspiraban paz.

Todos nos decían que las sensaciones que percibían al contemplarlos, no les pasaba con otros pintores. A mí, personalmente, no me gustaba su obra. Si es cierto que su técnica es impecable, nunca ves que tenga una pincelada de más o de menos y el manejo del color, hay que reconocerlo, es admirable. Pero hay algo en sus cuadros que no termina de convencerme.

No obstante, por indicaciones de mi editor, este fin de semana he concertado una cita con él para hacerle una entrevista. La publicación para la que escribo, una columna sobre pintura, está muy interesada en su obra y quieren que yo precisamente sea quien la haga. Saben que no es un pintor que me guste especialmente y quizás por ello me ha tocado a mí, o quizás solo sea que no hay nadie que pueda hacerla ahora.

El viernes cogí el coche y en una maleta puse ropa para el fin de semana, el ordenador, una grabadora, una cámara y salí de Estocolmo dirección sur hasta Västervick. Allí tomé el ferry que me llevó a Gotland, es una pequeña isla en medio del mar Báltico. En su tiempo salto a los periódicos de medio mundo por los asentamientos vikingos descubiertos en ella.

Erick tenía allí una casa junto al mar, lejos de cualquier sitio habitado. Así podía inspirarse sin que nadie perturbara su paz.

Conduje hasta cerca de su casa y desde una curva de la carretera pude ver el lugar, bueno lo que los árboles permitían. Era una casa grande de una planta rectangular color rojo típico al lado de la playa. A su izquierda había otra más pequeña y alta.

Lo llamé para indicarle que en un momento llegaría. Cuando pasaba la cerca y enfilaba la casa, él ya me estaba esperando en la puerta.

—¿Harald qué tal estás? ¿Cuánto tiempo sin vernos? —me dijo cuando me apeé del coche, mientras nos dábamos la mano.

—Bien Erick, lo cierto que vives un poco apartado de todo, me acuerdo de tu estudio en Estocolmo, este no lo conocía.

—Hace cinco años, heredé de un tío lejano esta propiedad y decidí trasladarme. La ciudad comenzaba a pesarme mucho, notaba que necesitaba cambiar de aires y aquí estoy.

Me cogió la maleta y me indico que le siguiera. Entramos en la casa grande y me llevó a un salón con una cristalera enorme que daba directamente al mar.

Me indicó mi habitación y quedamos fuera en la terraza una vez que me instalara. Mientras sacaba de la maleta la ropa, me puse a recordar que era verdad que hacía mucho que no nos veíamos.

La última exposición suya la había visto hace siete u ocho años en Copenhague. Me encontraba por causalidad, invitado por el Museo Nacional de Dinamarca, con motivo de una exposición sobre los pintores daneses del siglo XIX. Yo daba una conferencia sobre Anna Ancher y al salir coincidí con él y me invito a ver su exposición.

Desde entonces no había sabido mucho de su obra ni de él. De vez en cuando me llegaba alguna información suelta, pero como ya he dicho, al no ser su estilo de mi gusto, no le prestaba atención.

Me refresqué y salí al porche trasero. Allí estaba Erick, sentado frente al mar, junto a una mesa sobre la que había una bandeja con bebidas. Se levantó al ver que llegaba y me ofreció asiento y una bebida.

Mientras me sentaba pude observar las vistas, el mar estaba en calma. Una pequeña playa enfrente y a ambos lados unos pequeños promontorios de piedra, hasta donde llegaba la vista se podía ver un bosque de pinos enanos. El sol nos daba de frente, ya en el ocaso, proporcionado al lugar una plácida belleza.

Estuvimos contemplando la puesta de sol sin hablar. En un momento dado, dejo su vaso en la bandeja y me miró.

—Bueno, Harald ¿Qué te parece el sitio?

—Francamente, he de decir que hacía mucho que no me encontraba en un sitio en el que se respirara tanta paz y tranquilidad como este. Entiendo que te guste y te inspire.

—Cuando a la muerte de mi tío supe que había heredado esto, vine a verlo y me enamoré de él. No me lo pensé, vendí el estudio de la ciudad. Me quedé solo con el apartamento porque alguna vez voy. Cuando tengo alguna exposición o quiero pasar unos días en la civilización. La primera intención sin conocerlo era la de venderlo. No entraba en mis planes venir a vivir aquí.

Por lo demás, esto es un paraíso. En invierno alguna vez echas de menos la ciudad, pero cuando eso pasa me acerco al pueblo. Después de cuatro cervezas en el hogar del pescador, donde tengo muchos conocidos, se te quitan esas ganas. Luego vuelvo a la rutina de pintar, pasear, vivir.

Si quieres vamos a mi estudio y te lo enseño. Mañana nos metemos de lleno con la entrevista.

Salimos de la casa y nos dirigimos a una especie de establo que había a unos doscientos metros. Abrió la puerta y me dejó pasar. Era una habitación que ocupaba toda la planta. Había cuadros por todos los sitios, unos en caballetes y otros en unas baldas junto a las paredes. En la pared del fondo que daba al sur, una cristalera de pared a pared dejaba pasar toda la luz. En el exterior se veía el bosque de pinos enanos que rodeaba el lugar.

Unos caballetes con cuadros tapados y una gran mesa llenaban la zona del ventanal. Se apreciaba que en su tiempo hubo una planta superior, que ahora no estaba, eso permitía que la estructura de madera del techo se viera completamente. Daba a la estancia una sensación de amplitud y grandiosidad.

Me dejó revolver un poco, ver lo que estaba pintando y otros cuadros que ya estaban acabados. Debo de reconocer que estas obras no eran del Erick que yo conocía. Había algo en ellas que te atrapaba, te enganchaba. Me parecieron algunas de ellas buenas, muy buenas.

Después de un rato lo dejamos y nos fuimos a la casa. Me dijo que había invitado a unos amigos a cenar y esperaba que no me molestara. Así se haría más amena la velada.

Un poco más tarde, un ruido de coches nos indicó que los invitados habían llegado. Me quede, en el porche trasero mientras él iba a recibirlos.

Cinco personas acompañaban a Erick que venía con un carro lleno de bebidas y nos fue presentando. Jan y Freja eran artesanos, trabajaban la madera y vivían cerca, eran vecinos.

Maltron y Norge tenían un pequeño hotel en el pueblo que llevaba ella. Maltron a su vez llevaba una granja de ovejas autóctonas. El quinto era Harju, un pelirrojo de dos metros de alta y casi lo mismo de ancho. Sus manos eran como remos. Me dio un abrazo como si nos conociéramos de toda la vida.

Debo decir que a pesar de que me crujió todo el cuerpo, en el acto, supe que me caería muy bien. Tenía un taller donde trabajaba en unos telares antiguos la lana que producían las ovejas del lugar. Hacía todo el proceso lavado, cardado, hilado, tintado y lo vendía en todo el mundo. Mi primera impresión fue que sería como mínimo herrero. Mira por donde trabaja en un telar tejiendo mantas, y otras cosas. No podía imaginarme como con ese cuerpo y esas manos podía manejarse, con la delicadeza que un telar requiere. Para mi sorpresa, según me indicó Freja, su habilidad con los hilos y la lanzadera eran sorprendentes. De hecho, llevaba ganados diversos concursos de artesanía.

Fue por cierto una velada muy entretenida, Erick era un anfitrión fenomenal y hubo una buena charla sobre un montón de cosas. Entre otros los problemas que tenía la isla por falta de personas que quisieran vivir allí.

Al final Harju llevó un violín y nos deleitó con un montón de melodías tradicionales. Estuvimos cantando y dos horas más tarde, antes de que alguno no se pudiera mover por lo bebidos que ya estábamos, se decidió cortar y cada uno se fue a su casa.

Al día siguiente me levanté tarde y la cabeza en no muy buen estado. El hidromiel entra muy bien, pero al día siguiente lo pagas. Yo estaba ya en ello.

Fui a la cocina y vi que había café caliente y todo preparado para que pudiera hacerme tostadas y huevos. Tomé un café con dos tostadas, por eso de meter algo sólido al cuerpo y salí a la playa. No vi a Erick y después de dar una vuelta decidí ir al estudio. Estaba junto al enorme ventanal, frente a un cuadro en el que había comenzado a esbozar unas líneas. Me vio entrar.

—Harald, sé que nunca te he gustado como pintor, aunque debo decir que, en lo tocante a lo personal, nos entendemos muy bien. Lo has comentado en más de una ocasión y lo has puesto por escrito en alguna de tus críticas. Me gustaría que repasaras mis obras de los últimos años y sobre todo de los dos últimos.

Aquí tengo parte de la misma, quiero que la veas y hablamos. Un viejo curandero, que vivió hace unos años aquí cerca, me dijo que yo tenía que hacer Odastuhttit. Eso quiere decir, más o menos, que debía renovarme y cambiar sin dejar de ser yo. Dijo que no le gustaba lo que pintaba, pero me decía que veía algo que podía y debía cambiar. No sé si el lugar ha tenido algo que ver o que ha sido, pero reconozco que soy otro. Veo las cosas de diferente forma y reconozco que mi pintura es también diferente.

Fui revisando con tranquilidad los cuadros. Al rato me acerqué donde él estaba pintando y me comentó como ahora estudiaba mejor lo que iba a pintar, miraba más allá del todo e iba incorporando a los cuadros las cosas que veía y de alguna forma la historia que la acompañaba.

Era capaz de pintar el alma de las cosas. No tenían nada que ver sus paisajes y personajes de antes con los de ahora. Pude en efecto comprobar que ahora sí, sus cuadros y lo que me hacían sentir me gustaba.

Pasé todo el fin de semana. El domingo cogí el ferry para volver a Estocolmo.

El lunes por la mañana, cuando el editor recibió mi artículo, lo primero que hizo fue llamarme.

—Me ha gustado mucho tu crítica, sobre todo la descripción pormenorizada de lo que la obra te inspira. Tu entusiasmo por Erick es patente y me encanta ver tu actitud frente a un pintor que antes no te gustaba y como has sido capaz de ver su evolución y cambiar de opinión.

—Palmer —le dije, no soy ciego. Si tú hubieras visto los cuadros que pinta y como plasma la esencia que hay detrás de cada objeto, verías que aún me quedo corto en lo de gran pintor. Debería decir grandísimo pintor.

Esta entada se vuelve a subir por cambio en el programa web. Su primera edición fue: 29 de julio de 2021