Alfonso de Haro y Teresa de Almoravid
Parte I
Señorío de Cameros 1285
Siendo Juan Alfonso de Haro I y su mujer Constanza Alfonso Téllez señores de Cameros, entre otros títulos, tuvieron un hijo. Lo llamaron Juan Alfonso de Haro, como su padre.
El siguiente relato nos cuenta como pudo ser el primer encuentro entre Alfonso y Teresa, la que luego sería su esposa.
Esa mañana de noviembre, del año del señor de 1285, estaba resultando ser más calurosa de lo esperado.
Estábamos en el patio central de la casa solariega que mi señor Juan Alfonso de Haro I tenía cerca de Alberite. Él se encontraba en tierras del sur luchando contra los moros en las mesnadas de nuestro señor el Rey Sancho IV.
Me llamo Diego Fortún y desde que el hijo de mi señor cumplió los cuatro años me he ocupado de instruirlo, en todo lo relacionado con el arte de las armas y de la guerra. Su tío, el abad del monasterio de San Prudencio, del resto de su educación. Al parecer consiguió meterle en la cabeza algo de latín, números, y una más que aceptable desenvoltura con la lectura y la escritura. Cosa no muy frecuente en estos tiempos.
Debo decir que mi pupilo era un joven inteligente, diestro con las armas y muy hábil con la palabra.
Debíamos partir temprano. Su padre, el Señor de Cameros, me había ordenador que llevara a su hijo a Calahorra. En su nombre, él, debía de tomar posesión de la ciudad. Ya tenía 18 años y era hora de que comenzara a manejarse en las responsabilidades, que más adelante asumiría.
Por el apoyo prestado por mi señor a su Rey, este le había otorgado nuevas tierras. En este caso toda la zona de La Rioja Baja, lo que implicaba el control de la frontera con el reino de Navarra y de Aragón. Frontera, por otro lado, muy revuelta y con continuas peleas por cuestiones de tierras.
Cuando montó a caballo con su armadura ligera, malla, espada, una medio capa de lana azul oscuro y ese pelo negro intenso, hasta los hombros, parecía mayor de lo que era. Debo reconocer que no me extrañaba que todas las mozas de la casa estuvieran presentes cuando, junto con una veintena de hombres a caballo, partimos para cumplir las órdenes de su padre.
Aprovechando la calzada romana, que de Varea sale hacia el este, el avance se hizo un poco más rápido.
—Bueno Diego —dijo Juan Alfonso— tú que conoces Calahorra dime ¿como es? Sabes que no he salido mucho y, salvo Nájera, no he visitado ninguna ciudad un poco grande.
—Tranquilo Juan. Por de pronto vamos con buenas monturas, nuestras armas relucen y antes de llegar nos asearemos para estar mas presentables.
Ten en cuenta que también nos va a recibir Juan de Almoravid, que es el actual abad de Alfaro, aunque se rumorea que pronto será Obispo de Calahorra y La Calzada. Viene de una familia Navarra con mucho poder, y es más proclive a favorecer a Castilla que a Francia. Por eso hay que andar con tiento.
Además, tu padre quiere trasladarse a vivir allí. Todo dependerá de como vayan las cosas. Es importante que todo salga bien.
—Ya, pero no tengo claro que se espera de mí, nadie me ha dicho que tengo que hacer.
—Tú no te preocupes, que sabrás salir airoso. Ten en cuenta que el Rey ya ha mandado las órdenes, todo es puro protocolo. Recibirás al alcalde, que hasta la fecha tiene el mando de la plaza y se pondrá a tu disposición. Luego, recibirás a los representantes que vayan por parte de la Iglesia, Obispo de momento no hay. Y se acabó. Tu padre dentro de poco designará a alguien que lo represente, si no decide trasladarse allí.
Yo, que ya tenía un poco de experiencia en esto, había escogido a quince de los veinte hombres que nos acompañaban, entre los más jóvenes y bien plantados que teníamos a nuestra disposición. Los otros cinco eran veteranos con los que sabía que se podía contar, en caso de algún apuro.
Una legua antes de Calahorra divisamos una posada. Salvo una pequeña comida fría al medio día, no habíamos probado bocado, así que decidimos pasar la noche allí. Al día siguiente haríamos, totalmente frescos, lo poco que nos quedaba de camino.
Tuvimos suerte y la posada estaba casi vacía, así que pudimos contar con tres habitaciones para dormir. El dueño sabiendo quienes éramos se esmeró con la cena y pudimos dar buena cuenta de un cordero guisado con verduras, queso, pan recién hecho y un buen vino del año.
Como era de imaginar, la hija del de la posada y dos o tres mozas más, que tenía trabajando, revoloteaban a nuestro alrededor. No todos los días tenían la oportunidad de ver a jóvenes con tan buena presencia.
A la mañana siguiente, todos bien aseados y con las armas relucientes, hicimos el resto del camino rápido y sin contratiempos. Yo, por si acaso, había mandado a Rodrigo, uno de los veteranos que conocía bien la zona, para que advirtiera de nuestra llegada al alcalde.