Calor y frio en Laponia

Parte II Shannia

Shannia se levantó de la cama cuando la alarma de su despertador sonó por quinta vez; la noche anterior había trasnochado estudiando.
Acababa de terminar la carrera de medicina y se había apuntado a un curso de especialización, con vistas a poder trabajar en el ártico. No descartaba irse al norte, como médico de familia, y cuando su compañera de cuarto le comentó que comenzaba ese curso, no lo dudó. Hacía dos semanas que había empezado y hoy iba a llegar tarde, así que decidió ganar tiempo no desayunando.

En el momento en que sonaba el timbre de comienzo de clase ella entraba, por la puerta del aula, resoplando por el esfuerzo al ir en bicicleta.
En la parada que hacían para el café, un compañero le dijo que le había enviado a su correo electrónico, un anuncio de trabajo. Una comunidad Sami en Laponia, buscaba un médico de familia.

Cuando Shannia volvió a su apartamento, abrió el ordenador y comprobó la información.
«La comunidad Sami de Inari, al norte de Laponia, busca médico de familia para atender a sus habitantes situados en diversas aldeas de la zona. El territorio es amplio y es imprescindible que el médico que esté interesado, tenga capacidad para desenvolverse en el medio (manejar motos de nieve, raquetas, esquís de fondo). Imprescindible tener conocimientos del idioma».

Foto de Norman Tsui en Unsplash
Foto de Norman Tsui-Unsplash

Ella ya sabía que en esa zona había muchos pastores de renos nómadas y que en verano establecían sus campamentos en la región. Tendría que atender a esas personas y a los núcleos de población estables.
Había un teléfono de contacto y un correo electrónico, y aunque una de sus ideas cuando optó por hacerse médico de familia era irse al norte, no pensaba en que fuera tan rápido, y menos para hacerse cargo de una comunidad Sami.

Mientras se preparaba la cena, llamó a su madre. Sus padres vivían en Helsinki (él era ebanista y ella decoradora). Shannia se había establecido en Turku y, aunque se veían con frecuencia, ya que no vivían demasiado lejos, hablaban por teléfono varias veces por semana.

—Mamá, te acabo de mandar un correo electrónico con un anuncio. Es para trabajar como médico de familia en el norte.
—¿No era algo así lo que tú querías?
—Sí, pero no exactamente lo que yo había pensado.
—Dejarme que lo lea y te digo… Bueno, puede que no sea, como bien dices, lo que tú pensabas, pero a mí me parece una experiencia que te puede resultar enriquecedora. Tú siempre habías barajado esa posibilidad. Además, lo primero es que hables con ellos. Puede ya estar ocupado el puesto o no encajar tú en su idea.
—Tienes razón, mamá, les voy a llamar. Aunque está lo del idioma, durante la carrera he tenido un compañero sami y algo parloteó, pero no se puede decir que conozca el idioma. Bueno, el hablar sueco, fines e inglés entiendo que también contará. En fin, ya te diré lo que sea. Un beso.
—Hija, es una difícil decisión, pero siempre has tenido buena cabeza; seguro que eliges bien.

Al día siguiente llamó al teléfono que indicaba el anuncio y accedió a desplazarse a Ivalo, en Laponia, al norte de Finlandia. Allí estaba la sede de la comunidad Sami y querían conocer a los aspirantes.