El color de los cristales
Los cristales de sus gafas eran de color amarillo, un amarillo suave.
Recuerdo su mirada, subido a la tarima donde estaba su escritorio.
Yo siempre tenía la misma sensación de ser una presa bajo los ojos vigilantes de un halcón. Todos teníamos la misma impresión que yo en lo tocante a eso, él era un halcón y nosotros las palomas.
Casa día igual que el anterior, pasar lista por la mañana nada más entrar, luego repaso de los deberes que nos había mandado. Ahí ya comenzaban los problemas, cuando uno con buena intención salía de clase (la tarde anterior) la idea en su interior era el hacer los deberes, pero los fuertes estímulos externos (amigos, balón, bici) en seguida le hacían olvidar los buenos propósitos hechos.
Hay que reconocer que siempre había algo que nos desviaba del deber, está claro que ir a coger pajarillos con ballesta, poner liga en su época para coger jilgueros o ir a darse una tunda con otro grupo de chavales por alguna ofensa difusa, atraía más que una Enciclopedia Álvarez.
Era todo más fácil, llegar a casa coger un trozo pan y dos onzas de chocolate y a la calle hasta la hora de cenar.
Dos gritos de tu madre por la ventana indicaban la hora de volver a casa y comenzar a buscar excusas para auto converse uno mismo de lo imposible de hacer los deberes. Normalmente se lograba, pero la excusa de venía abajo en cuanto al día siguiente se posaba sobre ti la miraba, que a través de sus gafas con cristales amarillos ponía el Sr. Antonio, nuestro maestro.