Muestra de un encaje de bolillos.

El encaje brujo

Hace unos meses, mi amiga Pilar me propuso visitar la zona de Zafra. Estaba interesada en todo lo relacionado con el encaje de bolillos y en concreto deseaba visitar Villafranca de Barros, Hinojosa del Valle y Zafra.

Parece ser que en esos lugares, la artesanía del bolillo estaba en auge y a ella le apetecía conocer más detalles, sobre su elaboración.

Vivo en Badajoz, y aunque nunca había sido un tema que suscitara mi interés, en el momento que mi amiga me indicó que en algunas zonas lo llaman “el encaje brujo”, sentí curiosidad por saber más sobre ello.

Mi amiga decidió que fuéramos, de Badajoz a Zafra, por la carretera de la Albuera. No llevábamos ni una hora circulando, cuando dejamos, a nuestra derecha, la central termosolar y vimos una pequeña y solitaria parada de autobús. Nos chocó el enorme anuncio que había, de una escuela de bolillos. Según indicaba, estaba a un par de kilómetros, por un camino lateral, de la carretera por donde íbamos y decidimos ir a verla.

El camino era polvoriento y lo que podíamos ver, delante de nosotras, era un campo enorme y nada más. Seguimos, confiando en que algo habría. Pasado un buen rato decidimos dar la vuelta, allí no había nada. De repente, delante de nosotras aparecieron, como surgidos de la nada, tres o cuatro edificios.

Pasamos por un arco de piedra, que daba a un patio interior. Era grande, no había nadie.

El sol caía a plomo y aunque era mayo, el calor, a esas horas, era más que considerable.

Aparcamos el coche, junto a seis o siete vehículos que había bajo un cobertizo de cañizos, y nos dirigimos a una especie de almacén grande, que tenía las puertas abiertas.

Al entrar no pudimos apreciar bien lo que había, pero cuando los ojos se adaptaron a la semi oscuridad, vimos un montón de sillas.

Frente a cada una de ellas, una mesa, un bolillero con un trabajo empezado, bolillos, alfileres, tijeras, patrones, hilos y un sin fin de artilugios para hacer encajes.

Delante una pizarra grande, donde había diversos dibujos de encajes, con colores e indicaciones del movimiento de los bolillos.

No había nadie, y aunque llamamos en alto, no hubo respuesta.

Recorrimos el lugar y, después de veinte minutos buscando, no vimos a nadie. Bueno, unas palomas, en un palomar al fondo del patio.

Estaba claro que, quienes hubieran estado ahí, hacía poco que se habían ido. Es más, había colillas de cigarrillos en los ceniceros y en alguna de las mesas, varias tazas de café. Incluso uno de los vasos estaba aún caliente. Pero, ¿y la gente?, ¿dónde habían ido?

Nos acercamos a ver, más detenidamente, lo que debía ser la escuela. Contamos quince sillas y quince bolilleros. En todos la labor estaba empezada y en todos, curiosamente de una u otra forma, se podía leer, en el encaje realizado, unas palabras «Encaje brujo».

Nosotros, cuando vinimos, no nos cruzamos con nadie y desde la azotea, a donde nos subimos, tampoco vimos a nadie. Está claro que se acababan de marchar, pero ¿cómo?

Cuando llegamos a Zafra, que es donde íbamos a pasar la noche, fuimos al cuartel de la Guardia Civil y les explicamos lo que nos había pasado.

Nos miraron con cara de asombro, yo creo que pensaron que estábamos locas. Donde les indicamos, que estaba la escuela de bolillos, dijeron que allí no había nada, todo aquello era un campo baldío, sin ninguna edificación.

No salíamos de nuestro asombro. Decididas a confirmar lo que habíamos visto, volvimos sobre nuestros pasos, para localizar la escuela.

Dedicamos tres horas hasta que se nos hizo de noche. No fue posible encontrar el lugar. Localizamos la parada de autobús.

No había cartel ni camino.

Esta entada se vuelve a subir por cambio en el programa web. Su primera edición fue: 14 de abril de 2023