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El protector de la “Aurora boreal”

Ukko, divinidad absoluta, habló un día con su mujer Akka. Había construido un mundo, un mundo maravilloso, pero no sabía qué hacer con el helado y frío norte. Cuando lo miraba, se daba cuenta de que allí faltaba algo. Solo había hielo y viento. Quería culminar su obra y crear, en ese lugar, algo bello y único. Algo que mereciese la pena. Un lugar así, requería mucha imaginación.
Decidió terminar su creación, dando a ese lugar solitario y único algo especial. Mandó llamar a Ilmarinen, que era el herrero divino y su constructor.
—Quiero que me crees un mundo bello, distinto, maravilloso. Que todos los que habiten allí sean felices y se sientan especiales. No me defraudes.

Ilmarinen hizo lo que su dios le había pedido.
Pidió ayuda a todas las divinidades.
Ahto, dios de las aguas.
Ajatar, el espíritu del bosque.
Anniki, hija de la noche.
Haitia, el alma de todas las cosas.
Ilma, divinidad del aire.
Infierno, el reino de los muertos.
Y creó y creó…

Cuando terminó, se presentó ante Ukko y le mostró lo que había hecho en su nombre.
—Majestad, os presento el mundo Sami. Este mundo lo habitará un pueblo que estará orgulloso de ser pastor de renos. Harán honor a tu deseo y serán felices con su forma de vida y sabrán siempre estar agradecidos por ser como son.
A Ukko, después de verlo, todo le pareció bien.
—Todo ese mundo es bonito, pero falta algo, algo que lo haga único.
Estaban en esto cuando hizo su aparición El Cuclillo, ave sagrada, que en ese momento contemplaba el nuevo mundo.
—Creo mi señor que sé lo que quieres, pero eso ya existe en una región de este mundo, más al norte. Allí hay unas luces maravillosas. ¿Puede que sea eso lo que buscáis?
Ukko quiso verlo y se marchó allí con Akka, su mujer. Cuando esa noche vio las luces, ella se quedó prendada y le dijo a su marido. Creo que era lo que estabas buscando.
El Cuclillo le dijo que solo se veían en invierno, pero eso no le importó a Ukko. Akka, su mujer, propuso llamarlas «luces del septentrión» pero, pensándolo mejor, al final decidieron que se conocieran como «Aurora boreal».

Ukko estaba satisfecho, seguro de que todos los de su nuevo mundo pensarían que eran unas luces hermosas y que mostrarían la grandeza de su poder.
El problema surgió cuando Anniki, deidad de la noche, decidió apropiarse de ellas. Para lograrlo se alió con Paiva, el sol, y Kuu, la luna. El sol dejó de mandar sus fuertes llamaradas, la luna brilló al máximo para tapar las luces, y la deidad de la noche hizo que esta fuera menos oscura.

Esto enfadó mucho a Ukko y mandó a Runoya, quien tenía la noble labor de ser el valedor del nuevo pueblo creado, para que hablara con Anniki, Paiva y Kuu. El velar por la «Aurora boreal» pasaba a ser su segunda labor. Le había nombrado «protector de la Aurora boreal».
Runoya juntó a los tres y les dijo:
—He tomado como algo muy personal el mandato de Ukko. Cuidaré de los Sami y de la «Aurora boreal». Cuidaré de que tú, sol, y tú, luna, hagáis bien vuestro trabajo. Tú, Anniki, ama de la noche que has intrigado contra tu señor, para que nunca te olvides de que no eres invencible, te condeno a dormir los meses de verano y la luz podrá sobre tus tinieblas.
Así, el pueblo Sami tuvo su pastor, cuidaba de ellos, vigilaba sus rebaños y hacía que la «Aurora boreal» estuviera presente durante el invierno.
De esta forma, Ukko sería recordado por el pueblo que él creó.

Esta historia está basada en la mitología finlandesa.