El puma II
Si mamá se encontrase en casa me reprendería por entrar en el salón con las zapatillas embarradas, pero no está.
He quedado con mis amigas para ir a jugar a la plaza, están los chicos que tienen planeado ir a la ciénaga.
—¿Venís vosotras? nos preguntan.
Algunas dicen que no, pero gana la mayoría. Les recuerdo a mis amigas que allí viven depredadores: Pumas, zorros, panteras. Los cañaverales y juncos son tan altos que no nos dejan ver la otra orilla, las zapatillas ya se empiezan a pegar al fango.
—¡No seáis miedicas! Gritan los chicos
El sol se pone y una enorme nube de insectos voladores, se pega a nuestro cuerpo, nos damos manotazos, en la cara, en las piernas, para nosotras la aventura está terminada.
Avanzamos de la mano, voy la primera, no veo un agujero y mis pies se hunden, no puedo salir, como si alguien me agarrase los pies hacia abajo. El fango cada vez me cubre más. Los chicos echan a correr a pedir ayuda, mis amigas cortan un cañaveral y me lo acercan, tirando con fuerza.
Un rugido resuena, una sombra se acerca con los últimos rayos de sol dándole en el lomo, es un puma, sus enormes ojos verdes brillan, veo algo familiar en ellos. El miedo desaparece, con sus fauces coge el cañaveral y me lo acerca, tira de mí sin apenas esfuerzo.
Se agacha y me subo a su lomo, abre camino, detrás mis amigas. Al llegar a casa entramos al salón, y dejamos nuestras huellas marcadas para siempre.
Merche Carrera, compañera del curso de escritura creativa.