Retrato de La Gioconda o La Mona Lisa

El ratón enamorado de Lisa Gherardini

Fragmento (La Gioconda, danza de las horas, Amilcare Ponchieli) A.Pappano

Bicho escurridizo, así creía llamarse nuestro ratón, por las veces que le decían eso a gritos mientras le perseguían.

Nací en una casa de Florencia, ciudad situada en la bella región de La Toscana hacia el año 1505, la primera vez que salí del nido fue siguiendo a mi madre y a mis hermanos. Se trataba de un viaje de aprendizaje.

Con el tiempo empecé a ir solo, poco a poco fui ganando confianza y mis excursiones eran más y más atrevidas. Me iba cada vez más lejos.

Uno de esos días di por casualidad con un agujero en una pared y al pasar al otro lado me encontré en una extraña y desconocida habitación.

Una especie de ave de madera tela e hilos, estaba colgada del techo, un paraguas como de cuatro puntas que sujetaba un muñeco en la parte inferior, todo ello también colgado del techo como el otro artefacto. La estancia era muy grande y había unos cachivaches muy raros por todos lados.

Diversos cajones llenos de papeles estaban dispersos por el suelo y las mesas. Unos grandes soportes sujetaban marcos de madera con tela, alguno de ellos están ocupados por dibujos.

Un hombre con blusa larga de color claro y una barba blanquecina estaba al fondo, junto a un ventanal enorme que llenaba de luz toda la estancia.

En su mano llevaba un pincel y estaba mirando una pequeña tabla colocada en un soporte. A un lado, la madera tenía como una pequeña fisura que iba de arriba abajo. Había pintado en ella el dibujo de una dama con una sonrisa enigmática, su mirada cautivadora te enganchaba, quizás la dirección de los ojos que parecían mirarte siempre.

Tenues pinceladas marcaban unas cejas casi invisibles. Las manos sobre el regazo imprimían serenidad al cuadro.Un sutil velo cubría la cabeza y le caía sobre los hombros.

Me quedé con los ojos y la boca abierta, totalmente anonadado, era bellísima.

A partir de ese momento me pasaba todo el tiempo que podía en el cuarto ese, mirando el cuadro, me había enamorado de ella.

El hombre de la blusa intentó cogerme muchas veces, parecía tenerme manía. Siempre decía mientras me perseguía, bicho escurridizo, como te coja veras.

Nunca me cogió, al tiempo se mudó según me dijeron a Milán y se llevó a mi dama. Nunca más volví a verla. Más tarde supe que el de la bata se llamaba Leonardo y que era de Vinci.