Bello paisaje de la Toscana, donde vivió Leonardo Da Vinci

El retrato sin nombre

El sol comenzaba a salir. Sus aún tibios rayos se arrastraban por la tierra calentándola. Las viñas agradecidas mostraban sus hojas verdes, que hacía poco les habían brotado. La primavera ya estaba avanzada. Al llegar los rayos a mi ventana pude notar su calor en mi cara.

Mi estudio de pintura, a las afueras de Florencia, me permitía disfrutar de unas maravillosas vistas sobre la bella región de La Toscana.

Llevaba un tiempo en que el escaso trabajo, apenas daba para pagar las facturas. Aunque no era partidario, de ese tipo de encargos, había aceptado el realizar un cuadro a una dama de la ciudad. Su marido quería, con ese detalle, mostrar al mundo que sus negocios iban bien.

La mujer llegó a mi estudio, acompañada de una sirvienta. Ya estaba hablado todo lo referente al tipo de retrato y tamaño. Acompañé a la dama a mi estudio y le pedí que se sentara a un lado de la ventana, donde la luz del sol incidía directamente en ella. Eso hacía que destacara sobre el fondo más oscuro. Le proporcionaba una misteriosa belleza. Frente a ella, en un caballete, tenía una tabla de madera de álamo. Preparada ya, con las primeras capas de fondo.

—Antes de nada, quiero dejarle claro —dijo la dama—. No puedo perder el tiempo haciéndome un retrato para dar gusto a mi marido. Le agradecería que viera la forma, para no tener que pasar por interminables sesiones de posado. Al final es un cuadro, capricho de mi marido, que terminará en un trastero, quemado o tirado a la basura cuando yo muera.

Las palabras de la mujer me dejaron sorprendido.

—Lo cierto, señora —le dije mientras me sentaba delante del cuadro—. Yo no habría aceptado hacer un retrato, de no ser por la penuria que estoy pasando. La pintura es una más de las artes que practico. Además, me gusta la ingeniería, el diseño de armas, la arquitectura…

» A pesar de ello como el retrato debe de hacerse, si le parece bien, puedo tomar unos apuntes de su rostro y sus manos. Esto me llevará unos días y para el resto me buscaré otra modelo.

—Me parece bien, eso me satisface —dijo la dama.

Ese mismo día, una vez que ella se hubo ido, me acerqué a la granja de mi vecina la señora Lucrezia dal Pozzo. Su hija pequeña me podría servir de modelo. Estaba embarazada, no obstante tenía un bonita y proporcionada figura. Todas las tardes, durante los siguientes dos meses, me sirvió para darle un cuerpo a la dama florentina.

Poco a poco el retrato, de una fiel esposa, fue tomando forma. La luz incidiendo por igual en rostro, manos y cuello. La postura nos da una sensación de seriedad, con un cierto desequilibrio en el paisaje del fondo. Un rostro sin cejas y esa mirada de soslayo, que parece mirarte a ti directamente. La cabeza cubierta por un velo y sus manos reposando, dulcemente, una encima de la otra. Sin símbolos de ostentación ni riqueza.

Así estaba mi retrato cuando lo tuve que dejar.

Me habían encargado hacer un mural en el Palacio Vecchio de Florencia sobre la batalla de Anghiari. Cogí todos mis cuadros y me mudé. El dinero que me pagaban, no me dejó lugar a dudas.

Después de viajar de un lado para otro, durante un tiempo, finalmente acabé en Francia.

Hacia 1516 terminé el retrato de la dama florentina. Se lo vendí al Rey Francisco I de Francia, que llevaba mucho tiempo insistiendo en que lo quería.

Nunca le puse título al cuadro.

Esta entada se vuelve a subir por cambio en el programa web. Su primera edición fue: 25 de noviembre de 2022