El sueño americano…

Parte II

Esa noche no pegó ojo. Por una parte, sabía que en la oferta de Manuel había trampa, no sabía cuál, pero la había. También que estaba harta de tener que ir de aquí para allí, como había estado haciendo el último año. Un poco de estabilidad, aunque fuera con ese tipo de trabajo, le vendría bien. No quiso darle muchas vueltas, si lo hacía no lo aceptaría.

Cuando llegó a la dirección que le había dado Manuel, pensó que se había equivocado. Resultó que la calle era una de las más céntricas. Había preciosas tiendas y, en concreto, el número se correspondía con el de una pastelería. Su escaparate no dejaba lugar a dudas. Allí había calidad y los precios así lo atestiguaban. Bandejas de pastelillos con diversas formas y tartas con trozos de fruta de diferentes colores, inundaban sus ojos. Mirando aquello, incluso se podían intuir maravillosos aromas. Chocolate, nata, trozos de nueces y avellanas. En fin, que se le hizo la boca agua.

Una voz la sacó del ensimismamiento en el que estaba.

—Parecen pedir que los comas ¿verdad?—dijo Manuel.

—Sí, así es, pensaba que me había equivocado de sitio. De hecho, si no es porque has aparecido, me hubiera ido.

—Verás, Guadalupe, he aprendido mucho en este tiempo sobre mi negocio. Lo que tienes delante es una prueba de ello. Se acabó ese trapicheo de poca monta de antes. Ahora, con cierta ayuda, digamos que trabajo como puede hacerlo una empresa. Tengo objetivos para cumplir, un departamento que desarrolla nuevos productos, comerciales que lo introducen. Se acabó el menudeo y las peleas entre bandas.

—Ya veo. ¿Y yo donde encajo en todo esto?

—Verás, he creado una buena red. Tengo diversas tiendas tapadera, una es la que acabas de ver, pero hay otro tipo de negocios que me ayudan a mover género sin levantar sospechas. Tenemos un importante movimiento de mercancía y ahora vamos a donde quiero que tú trabajes. Ahí preparamos uno de nuestros productos más demandados. Ven conmigo, el almacén de distribución y empacado está en otro sitio.

Se sentaron los dos en la parte trasera del coche. Un hombre con pinta de matón, pero bien vestido, conducía.

—Ya veo, coche caro, chofer, nada de cadenas y anillos ni del chándal de antes.

—Ya te he dicho que he aprendido mucho y esa vida quedó atrás.

El coche fue saliendo del centro de Charlotte y terminó por detenerse en una zona de almacenes, cerca del aeropuerto.

Había varias naves, un cartel indicaba que era una empresa de logística. El vigilante, que había en la caseta de la entrada, les levantó la barrera para que pasaran. Manuel bajo la ventanilla del coche.

—Eduardo, esta es Guadalupe. A partir de mañana vendrá en el microbús. Ella es de confianza y ocupará el puesto de Martina.

—De acuerdo don Manuel —dijo el hombre.

—¿Qué le pasó a Martina? —preguntó Guadalupe.

—Nada malo, tranquila. Tuvo que volver a Puerto Rico por un tema familiar. Trabajó bien y le ayudé para que se fuera. Ya te he dicho que esto ha cambiado. Pido a los que trabajan para mí que sean honrados. Yo valoro eso y premio en consecuencia. Ahora, si me la juegan, lo pagan.

Se bajaron delante de una pequeña puerta que había en un lateral, junto a los muelles de carga, y entraron.

—Verás, nuestros negocios de logística son legales y los aprovechamos para mover el género, sin levantar sospechas.

«Guadalupe pensó que Manuel quería impresionarla. En el fondo no había dejado de ser el pandillero que supo abrirse camino en la tierra prometida.

Pero, ¿quien era ella para criticar nada si también había vivido de esos negocios sucios y ahora iba a volver hacerlo?».

Bajaron unas escaleras al sótano. Arriba estaba lo legal y abajo lo demás.