El sueño americano…
Parte IV
—Y tú, Dolores, ¿cómo es que has terminado aquí?
—Verás, soy de San Jacinto, un pueblecito muy lindo cerca de Chihuahua. Me tuve que ir porque mi marido me hacía la vida imposible. Es un borracho que solo piensa en beber, jugar e irse de putas. El trabajo no iba con él, así que me vine para aquí y dejé a mi hijo con mi madre.
Fui saltando de un empleo a otro, en lo que salía, hasta que conocí a Martina y comencé a trabajar para Manuel. Lo que hacemos es ilegal, pero nos pagan y todo lo que piden es que tengamos la boca cerrada. No es ni mejor ni peor que otros trabajos. En unos años más podré volver con mi hijo. Mando a mi madre todo el dinero que puedo y me está construyendo una casa. Mi hijo va al colegio y lo que es más importante, lejos de su padre.
—Yo no tengo hijos y mi marido trabajaba para Manuel. Murió en una pelea de bandas hace dos años, eran otros tiempos. Como tú, tengo que vivir y estoy harta de dar tumbos. Tampoco a mí me gusta esto, pero sinceramente necesitaba tener algo fijo. Poder respirar tranquila, sin tener que pensar si mañana podré comer y pagar la habitación.
—Mira, Guadalupe, me caes bien y pareces buena persona. En este trabajo debes tener cuidado con lo que hablas o con quién lo hablas. Conmigo puedes hacerlo, pero algunas de las otras van con cuentos al jefe. Si tienes necesidad del trabajo adelante, pero ten cuidado y, en cuanto puedas, te largas. Eso es lo que quiero hacer yo. Claro que cuando pueda, de momento tengo que seguir.
Por cierto, Martina no se fue a ver a su madre. Creo que alguien le contó algo a Manuel y la hicieron desaparecer.
—¿Cómo que Martina no se fue a su casa?
—Eso es lo que han contado a todos, pero yo sé que no fue así. El día antes de marcharse me dijo que sentía que la vigilaban. Me dejó una carpeta y me pidió que se la guardara. No volvió a por ella. Sé que unos hombres fueron a vaciar su casa, me lo dijo un vecino con el que, de vez en cuando, tomábamos unas cervezas Martina y yo. La carpeta se la mandé a mi madre por correo, por si acaso registraban mi habitación. No sé lo que contenía, pero mejor no tenerla aquí. He dado por buena esa versión, cara a los demás, pero sé que no es verdad. Te digo todo esto para que te andes con mucho ojo. Me daría mucha pena que te pasara algo, te he tomado cariño.
—Gracias Dolores, yo de momento no he notado nada extraño. En fin, estaré con los ojos bien abiertos y procuraré no dar ningún motivo para que se fijen en mí.
Durante las siguientes semanas, Guadalupe pensó mucho en lo que había hablado con Dolores. No podía entender por qué habían hecho desaparecer a Martina y, sobre todo, que habría en la carpeta para que le costara la vida.
En ese tiempo, salvo las visitas que tuvieron de Manuel, acompañado de clientes sudamericanos, no pasó nada especial.
Bueno, también había un chico que, a los pocos días de la charla de Guadalupe con Dolores, había comenzado a trabajar en el motel. Hacía un poco de todo, reparaba lo mismo una lámpara que una fuga de agua. El primer día que lo vieron les pareció curioso el acento mejicano que tenía, no parecía cuadrar mucho con su gran estatura y su pelo rubio ceniza.
A Guadalupe le cayó muy bien desde el primer momento. Un día, al ver que se le había roto una sandalia, se dirigió a ella.
—Perdone, si igual me meto en lo que no me llaman —dijo—, pero si quiere yo puedo arreglársela, me apaño bastante bien con esas cosas y en un rato puedo tenerla lista, por si le hace falta para mañana. Por cierto, me llamo Roberto y soy el nuevo encargado de mantenimiento.
A partir de ahí, raro era el día que no charlaran un rato cuando regresaban del trabajo. Luego, unas cervezas los sábados…
—Yo creo Guadalupe —le dijo un día Dolores— que a Roberto le gustas. Lleva varias semanas que te espera todos los días y te echa unas miradas que…
Bueno, a partir de mañana cuando volvamos del trabajo te dejo con él. Estoy segura de que me lo agradecerás.
—Pero qué cosas tienes, porque iba a estar interesado en mí.
—Pareces ciega, ¿no te das cuenta cómo te mira? Chica, tú no sé de dónde sales. ¡Te digo que le gustas!