El vacío de los jueves (II Parte)

El pueblo se encontraba al final de una sinuosa y angosta carretera que, partiendo del valle, iba ascendiendo poco a poco hasta perderse en la bruma de las cimas entre bosques de castaños. Parecía como si uno fuera dejando atrás el mundo moderno y se adentrara en otra época.

Buci era una pequeña aldea, con no más de ocho familias. En la plaza una fuente, a su alrededor unas casas de piedra ennegrecidas por la humedad, y al fondo la iglesia.
Cuando Silvia se acercó andando a la plaza, notó cómo una anciana sentada junto a la fuente la miraba con atención.

—Tú eres Clara —dijo—. La de los jueves.
—Se está confundiendo, Clara era el nombre de mi madre, yo me llamo Silvia.
—Ella volvía cada semana hasta que recordó todo.
Silvia no supo qué responder.

La anciana la cogió de la mano, la llevó a una callejuela que había detrás de la iglesia y entraron en una casa. Se sentaron en la cocina, donde un fuerte olor a laurel, madera y humo lo invadía todo.

—¡Cómo te pareces a tu madre! —dijo la anciana después de un prolongado silencio—. Ella desapareció un día del pueblo hace mucho, salió en los periódicos. No completó el ciclo.
—¿Qué es eso de no completar el ciclo? ¿Seguro que está hablando de mi madre? ¿Está usted bien?
—Las mujeres de tu familia tienen un don, un vínculo, insistió la anciana. El bosque llama y una de cada generación debe responder.

De una alacena que había a su espalda, la mujer sacó un atado y, tras soltar las cuerdas que lo sujetaban, en la mesa quedaron esparcidas varias fotos y cuadernos.
No era ella, pero todas las mujeres de las fotos se le parecían.
—Mira, esta es tu bisabuela Marta, esta tu abuela Lucía y esta es tu madre Clara. Ella no quería seguir la tradición de las mujeres de su familia, inútil gesto. Ahora te toca a ti aprender; hasta que no completes el ciclo, no te dejarán.

—¿Quiénes no me dejarán?
—Las que fuiste, las que eres, las que serás.
—Perdone, pero no entiendo nada; es más, me voy a ir ahora mismo.
La anciana sonrió con tristeza.
—Eso dijo tu madre. También ella se marchó, pero un día volvió cuando no pudo más.

Silvia salió de la casa confusa, no sabía qué pensar. El olor a madera quemada y el frío de la montaña le oprimían los pulmones. No sabía si todo aquello era real o si su mente le estaba jugando una mala pasada.

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