Foto antigua de una castañera. Hoy esa imagen ya no se dá.

La castañera

Leonard Cohen

Había comenzado el mes de diciembre y por fin las castañeras volvían hacer su aparición en las calles.

Ese olor mezcla de fuego, humo y castañas asadas, unido al calor cuando te acercabas a comprarlas, es uno de los mejores recuerdos que guardo de mi infancia.

De todo esto hace ya muchos años, hoy tienen puestos fijos y en casetas pequeñas donde poder resguardarse, además ahora lo mismo hay mujeres que hombre. Antes solo eran mujeres.

En la esquina donde yo vivía, se ponía una mujer mayor, bueno yo siempre la recuerdo como mayor.

Vestida de negro con faldas hasta el suelo, delantal oscuro, varias capas de ropa y una toquilla negra sobre los hombros. En la cabeza un pañuelo que le tapaba el pelo.

Era ella, su fogón de leña y las castañas, a merced del tiempo. Bueno o malo, llueva o nieve.

Cuando volvía del colegio, mi madre, alguna vez me compraba un cucurucho de castañas. En los días fríos antes de comértelas te calentabas un poco las manos.

Un día oí como mi madre hablaba con mi abuela sobre la castañera. Mi madre durante años dio clases de corte y confección, en una parroquia, a mujeres con problemas familiares. Allí la conoció y supo un poco de su historia.

—Julia así se llama —dijo mi madre— de joven debió de ser una belleza. Vivía en un pueblo, sus padres tenían un poco de tierra y ella era hija única. Cuando estalló la guerra a su padre lo mataron y su madre tuvo que malvender todo para salir adelante las dos. Bueno, no sé muy bien toda la historia, pero al final la madre murió. Ella se casó con un mal trabaja que le amargó la existencia, la maltrató, menos mal que la vida, fue misericordiosa y se lo llevo relativamente joven. Con dos hijos pequeños y sin ingresos se tuvo que dedicar a todo lo que le salía. Lo mismo limpiaba en una casa que una escalera, daba igual, el caso era ganarse el jornal.

Ahora hace labores de costura en casa y en los meses de invierno saca un pequeño jornal con la venta de castañas. Los hijos sé que le ayudan algo, pero tampoco están muy sobrados.

Yo me quedo a cuadros, era joven y esas cosas me impactaban. Lo cierto es que a partir de entonces miré a la castañera con otros ojos. La encontré más vulnerable que antes.

Así quedó la cosa y pasó un año. El siguiente diciembre fiel a su cita, vi un día a Julia, la castañera, por ella parecía no pasar el tiempo, ropas hasta el suelo, delantal oscuro, toquilla y pañuelo.

Este año había puesto a los pies del brasero, una especie de tapa de madera no muy grande y tenía pintado un dibujo de una castañera y un rótulo “La caztañera”.

Esa noche le pedí a mi padre que me trajera al día siguiente un tablero y le expliqué lo que quería hacer.

—Mira papa, yo sé dibujar bien y he pensado pintar un cartel en condiciones a la castañera, no creo que le importe.

—Me parece una idea estupenda, pero antes de nada pídele permiso a ella. No sea que sin querer la ofendas y lo que parece una idea buena, al final no lo sea.

Al día siguiente así lo hice, a ella le dije que me gustaba todo lo relacionado con el dibujo, el diseño de carteles, de letras y cosas de esas. Me serviría como aprendizaje.

—Hay niña —dijo— gracias no hace falta que adornes el ofrecimiento. Sé que el cartel no vale nada, pero había pensado que además me serviría para taparme la entrada de aire.

Ese fin de semana me lo pasé pintando un hermoso cartel, claro y brillante. Se veía una castañera a todo color y decía así “Aquí las mejores castañas”.

Hoy ya no están las castañeras como las conocí en mi niñez, de vez en cuando compro castañas y la verdad es que están tan buenas como en mi recuerdo. El resto ha perdido parte de su encanto.

Yo, unos pocos años más tarde, comencé diseño gráfico en la Escuela Superior de Diseño de mi región.

Esta entada se vuelve a subir por cambio en el programa web. Su primera edición fue: 14 de junio de 2021