La satisfación del poder
Antonio González era uno de los inspectores más jóvenes de la policía, en el distrito centro de Madrid.
Esa mañana, mientras tomaba un café en el bar que había debajo de su casa, oyó de casualidad una noticia en la televisión. De inmediato supo que le traería problemas.
Cuando nada más sentarse en la mesa de la oficina le dijeron que el jefe le quería ver, presintió que era por la noticia de la televisión.
—Pasa Antonio —dijo José Velilla, jefe de inspectores—. Nos han pasado el caso del muerto aparecido en los Jardines del Moro. No sé si sabes algo.
—Si, algo he oído mientras me tomaba un café, y no sé por qué he pensado que me traería problemas. O por lo menos, un trabajo extra.
—Deja lo que tienes pendiente y ponte con este caso. Ha desatado mucha expectación y los de arriba quieren que le demos prioridad. Te van a pasar todo lo que tenemos y dentro de dos horas, los del anatómico, me han dicho que podrán decirnos algo sobre el muerto.
Cuando Antonio llegó a su mesa, Blanca, su compañera, ya estaba revisando el expediente.
—Menudo caso nos ha caído —dijo ella, mientras le pasaba las fotos que había en la carpeta—. Me han dicho, que dentro de poco, nos llega el vídeo de la escena del crimen. Ha sido una carnicería. Parece ser, que al hombre lo torturaron a base de bien y con mucha saña. Después, tras varias horas de agonía, lo mataron. Me parece que hay mucho odio en todo esto, demasiado ensañamiento.
Antonio cogió los papeles, que le pasó su compañera, y los comenzó a revisar.
Hombre blanco, de unos cincuenta. Llevaba un buzo de trabajo y una bolsa con herramientas. Al parecer lo cogieron mientras iba o volvía del trabajo. Lo encontró un operario que estaba haciendo unos trabajos de mantenimiento, en el Chalecito de la Reina (casita estilo tirolés que hay en los Jardines del Moro). En las fotos se ve un plástico o tela grande en el suelo y apoyado en la pared el muerto con las manos atadas y la boca tapada. El resto de las fotos no eran agradables de ver. Como había dicho Blanca, había mucho ensañamiento, lo habían destrozado.
Al día siguiente, las fotos, vídeos y setenta hojas que ya llenaban la carpeta, no aportaban al caso ningún dato relevante. Ya sabían que el muerto se llamaba Francisco Martínez y que era electricista. Junto con el operario que lo había descubierto, trabajaban para una empresa de mantenimiento. Estaban acondicionando la instalación del Chalecito de la Reina. Ayer, Francisco, se había quedado a terminar un cuadro eléctrico. Benito (que así se llamaba la persona que lo había encontrado), se había ido a casa.
Cuatro días más tarde, se confirmó lo que Antonio se temía. Ninguno de los indicios encontrados aportaba nada al caso. Las huellas eran de los que trabajan en la reparación. Todos tenían coartada para las horas en las que se supone que sucedió la muerte. Según el forense, la muerte se produjo hacia las cuatro de la madrugada, y por las lesiones que presenta, lo torturaron varias horas. Parece ser que se empleó una sierra, taladro, cuchillo, tenazas…
Se visionaron las cámaras del jardín y de los alrededores, no había nada relevante.
Después de dos meses tuvieron que rendirse a la evidencia, no tenían nada. Es como si el o los asesinos no existieran.
Casa Ramón, a las afueras de Segovia. En la mesa, que hay junto a la ventana que da al aparcamiento, había sentados dos hombres. Cuando se acercó el camarero, dejaron de hablar.
—¿Que van a tomar los señores? —pregunto amablemente.
—Dos platos del número cinco y dos cervezas, pidió uno de ellos.
Mientras el camarero se iba a la barra, los dos hombres siguieron hablando.
—Como habrás podido ver, Jacinto, yo tenía razón. Si vas fuera de tu localidad, haces lo que tienes que hacer y no dejas rastro, nadie te relacionará con nada de lo que haya pasado. En este caso, el muerto de Madrid.
—Desde luego Marcos, la providencia hizo que nos conociéramos en aquel puticlub. Para mi suerte, me impediste cometer la estupidez de seguir pegando a aquella puta. Lo cierto es que si no me llegas a parar, la habría matado. Viste algo en mí que te recordó a ti mismo. Ahora podemos hacer lo que queramos, sea lo que sea, sin que nadie pueda inculparnos. Juntos hacemos un gran equipo.
—Desde luego tenemos que seguir con nuestra vida normal. Tú con tu familia y yo con la mía. Luego, de vez en cuando, una escapadita, una noche de juerga y a casa. Si no nos salimos del guion, nadie nos podrá echar el guante. A mí los muertos me importan un pimiento, lo que no quiero es ir a prisión.
Tres años más tarde y seis incursiones después, seguían almorzando el número cinco en Casa Ramón. ¿Como explicar que necesitaban hacer eso de vez en cuando? Por lo demás, ellos eran unos tipos normales. Jacinto, Jefe de Ventas de una importante empresa nacional, y Marcos, abogado de reconocido prestigio.
Esta entada se vuelve a subir por cambio en el programa web. Su primera edición fue: 26 de agosto de 2022