Viviendas indígenas en el Cañón de Chelly (USA)

Leyenda

Parte tres

Varias semanas más tarde, Sabina Fuller, que era la Directora de Marketing y Comunicación de la revista Ivónity, llamó a Thomas. La colección de fotos había salido genial y los clientes había quedado impresionados con el resultado. Sabina sabía vender muy bien tanto la imagen del producto como la belleza del conjunto, y ambas proyectan un trabajo bien hecho.

Hay que reconocer que trabajar para ella generaba mucha tensión, pero siempre al terminar tenía la gentileza de llamar para decir si todo había salido bien. Hasta la fecha jamás habían tenido de ella ni una sola queja.

Después de la conversación, Thomas se fue al jardín trasero. Los árboles comenzaban a notar la primavera. El sicomoro de California había comenzado a echar las primeras hojas, su belleza y porte llenaban todo el espacio. La mañana era espléndida y los primeros rayos de sol entraban a través de las puertas correderas, abiertas de par en par. Tenía puesta la televisión, con poco volumen, cuando vio en las noticias de las ocho, del Canal 4 de Pasadena, que informaban sobre Hilary Ryan. Al parecer había sido ingresada en el UCLA Médical Centre de Los Angeles. No daban más detalles.

El trabajo pendiente se acumulaba y se olvidó de la noticia. Noah se había ido a pasar unos días a San Francisco y quería aprovechar, que le dejaba solo, para ponerse al día.

Cuando se iba a ir a casa, sonó el teléfono. Era Noah, se había enterado del ingreso de Hilary. Le llamaba para que se enterara de como estaba y que le pasaba, aprovechando que Thomas tenía una amistad en el hospital.

Dos horas más tarde le llamó.

—Noah, de momento la tienen estabilizada, pero no saben qué le pasa. Me dice mi amiga que lo suyo es muy extraño. Parece como si se estuviera consumiendo, está arrugándose y comienzan a fallarle algunos órganos. Lleva así casi dos semanas, pero hasta ayer no saltó la noticia a la prensa.

—Thomas, estoy convencido de que lo que le pasa a Hilary tiene que ver con la pintura que se dio en la frente. Si se lo digo a los médicos sé que no me van a creer —dijo Noah—. Voy a Arizona a ver a una persona y en función de lo que me diga, veremos que podemos hacer. Mañana intenta enterarte de si hay algún cambio y yo te llamaré. Tengo muchas millas por delante y no quiero perder tiempo.

Thomas, después de colgar y pensando en lo que le había dicho Noah, cayó en la cuenta de a donde se dirigía. Había un pequeño poblado en Arizona, casi frontera con Nuevo México cerca del Cañón de Chelly, donde había vivido un tiempo. Era uno de los lugares donde él aprendió todo sobre pintura, y vivía allí el que fuera su maestro espiritual. Seguro que iba a verlo.