Leyenda
Parte seis y última
—¿Y no hay ninguna forma de ayudarla, aunque sea ínfima la posibilidad? —pregunto Noah.
—No —dijo el anciano— bueno, si hay una forma de que viva, pero tiene que ser una vez que haya muerto. Sé que es difícil de entender, pero hay un ritual que practican las mujeres Hopi, las mismas que te enseñaron los secretos de su pintura. En ese ritual, ellas contactan con el espíritu de la persona fallecida. Son capaces de insuflar su alma en un ser vivo enraizado en la tierra. No sé decirte más, tendremos que visitarlas y ver si quieren hacerlo.
Se fueron a dormir. Noah fue incapaz de conciliar el suelo, en su mente se agolpaban los recuerdos de, como conoció a las mujeres Hopi, de la mano de Natahowa, cuando se perdió y apareció en la aldea de este.
«Noah le contó al anciano su deambular de un lugar a otro buscando, bueno, no sabía realmente que buscaba. Cuando comenzó su viaje pensaba en conocer gente, pintar y descubrir nuevas formas de expresar lo que llevaba dentro. Se juntó con un grupo que, como él, eran nómadas. Había pintores, músicos y un montón de gente variopinta. Estuvieron recorriendo Nuevo México, Texas y terminaron por asentarse en Arizona, en un pequeño rancho abandonado, al norte de Fort Apache.
En esa época ya había probado la cocaína y dentro del grupo lo que más circulaba era la marihuana y el alcohol, era su forma de vida. Ambas cosas las producían ellos mismos.
Llegó un momento en el que dejó de pintar y se pasaba el día bebiendo y fumando yerba. Así estuvo más de medio año, hasta que una mañana se levantó y cogiendo su moto se largó. Había tenido un sueño muy perturbador, vio muerte, violencia y alguien le decía que era hora de seguir su camino.
Estuvo dando tumbos, varios días, y sin saber cómo, termino tirado una noche en un sombrajo a la entrada de su pueblo.
Luego, el anciano le invitó a que se quedara unos días y él aceptó. La vida tranquila, que esa gente llevaba, fue un antídoto para su loca cabeza. Tenía largas charlas con el anciano. Resultó ser una persona con un conocimiento del ser humano que lo dejó boquiabierto. Su filosofía de vida, sencilla y anclada a la tierra, le ayudó a superar el mal momento por el que estaba pasando.
Al final, los días fueros semanas, y las semanas, meses. Noah se había integrado entre aquellas gentes de una manera asombrosa.
Les ayudaba con el ganado y las labores del campo. Aprendió a hilar y hacer alfombras. Le enseñaron los rincones desconocidos de la reserva y en una visita a un poblado Hopi, un grupo de mujeres que pintaban objetos para su venta, al saber que también pintaba, le propusieron intercambiar sus conocimientos. Fue una buena época para él. Varios meses más tarde volvía a la aldea del anciano. Su cabeza estaba llena de nuevas ideas y sus pinturas habían mejorado mucho. En este tiempo había conseguido dominar el arte de la pintura corporal, siguiendo las enseñanzas de las mujeres Hopi».
Al día siguiente, en la furgoneta del encargado de la reserva, fueron hasta el poblado Hopi. Mientras Noah iba a saludar a varias personas conocidas, Natohowa hablaba con Naswaysa que era la mujer que podía realizar el ritual.
Pasadas varias horas el anciano buscó a Noah y se marcharon. Hasta que no estuvieron sentados en la mesa, a la puerta de su casa, este no dijo nada.
—Me dicen que teniendo en cuenta el porqué de la petición y pensando en ayudarte, lo van a realizar. Necesitan saber cuando fallece. A partir de entonces, el primer día de luna llena lo harán. Ponen una condición, que he aceptado. El espíritu de ella, en este caso, va a vivir en el álamo que hay detrás de mi casa. Tiene que ser custodiado por alguien que se haga responsable de su cuidado. En este caso voy a hacerlo yo hasta que alcance su madurez.
Ten en cuenta que para nosotros es una forma más de vivir, aunque para los tuyos no lo sea.
Noah le dio las gracias por todo lo que estaba haciendo. De alguna forma se sentía mejor sabiendo que la muerte de Hilary no era su final, según las creencias de los Navajos y Hopis, y también un poco de él.
Al día siguiente se volvió a Los Ángeles. Cuando llegó, Thomas le indico que Hilary acababa de morir. Los médicos dijeron que había fallecido por una infección generalizada, sin haber podido precisar su origen.
Meses más tarde, Noah habló con Woshute. Este le comentó que su abuelo cuidaba con esmero el álamo de detrás de su casa.
Natahowa miraba con recelo el árbol. Habían pasado tres años y a pesar de sus cuidados, el álamo creció retorcido. Se le caían las hojas antes de tiempo, las puntas se le secaban, las ramas se desgajaban del tronco y caían podridas al suelo.
Una mañana de otoño se dio por vencido, entró en su casa y cogió un hacha.