Limpiabotas

Era una tarde agobiante. El sol quemaba la ciudad y las calles estaban llenas de gente apurada y sudorosa. Dentro de la estación de Atocha, se estaba algo mejor, una ligera brisa refrescaba el aire. Varios limpiabotas estaban a la caza del cliente.

Por la puerta, que hay frente al monumento al 11 M, entró al vestíbulo un hombre, llevaba un traje de lino, casi blanco. Echó un vistazo a la estación, como buscando algo, y se dirigió hacia un limpiabotas, que estaba apalancado en una de las columnas centrales, lugar de paso hacia todos los sitios.

—Buenos días, señor, ¿le lustramos sus zapatos? —dijo el limpiabotas

—Sí, por favor —mientras ponía el pie encima de la caja pudo ver bien el rostro del limpiabotas, era mayor. Era argentino, sin duda, solo con unas palabras, bastaban para saberlo.

—¿De dónde es usted? —pregunto el limpiabotas— Tiene un poco de acento porteño.

—Soy de aquí, pero unos años viví en Buenos Aires, en Palermo.

—Ah, ¡mira vos!, qué casualidad. Yo vivía en La Boca y me gustaba pasear mucho por Palermo. Hay bonitos parques, plazas y muchos turistas. Era buen lugar para el negocio. Yo antes me ganaba allí el sustento. Pero ya sabe vos, a veces la vida se tuerce y ya ve, ahora acá.

—Ya, por lo que dice, lleva mucho tiempo en el oficio.

—Sí, en este laburo llevo toda la vida. De mi padre heredé hasta los útiles —dijo el limpiabotas, a la vez que señalaba la caja donde el hombre tenía apoyado el pie.

—¿Le va bien? —le pregunto el hombre

—Sí, gracias a Dios, va bien. Pero hay días buenos y días malos, como en todos los laburos.

Y mientras le limpiaba los zapatos, le contó retazos de como le fue la vida en su Boca natal. Los problemas, en los años 77 y 78, con los militares. Su venida a España, con sus dos manos y la caja, a ganarse sus mangos.

—Comprendo. Bueno, muchas gracias por el trabajo, quedaron impecables.—Mientras le pagaba, pensó «qué vida ha llevado este hombre».

Antes de marcarse le preguntó si necesitaba algo en particular. Él le dijo, que su caja estaba hecha polvo y que necesitaba una nueva. El hombre le prometió que le iba a llevar una.

Al día siguiente, apareció con una caja para Juan. Así se llamaba el limpiabotas, que se quedó sin saber qué decir. Cosa, por otra parte, difícil de creer, en un limpiabotas y además argentino.

—Realmente pensé que eran solo palabras, —dijo Juan— no imaginé que fuera en serio.

—Bueno, no es nada, ayer hizo una buena labor. Lo puedo decir con conocimiento, algunas veces me limpio los zapatos en la estación, y nuca antes, quedaron como me los dejó. Me acordé que tengo un amigo carpintero mientras hablábamos… Además, valoro mucho a los profesionales que hacen bien su trabajo, sea este, el que sea.

Lo cierto es que al hombre, le conmovió la vida del limpiabotas. Nadie debería verse obligado, a abandonar su casa y su país.

A partir de ese día, de vez en cuando, se pasaba por la estación. Juan le lustraba los zapatos y tomaban algo juntos. Se empieza por algo nimio, y poco a poco, a veces, se entabla una amistad.

Esta entada se vuelve a subir por cambio en el programa web. Su primera edición fue: 3 de marzo de 2023