Dibujo de un bandolero asaltando una diligencia. Despeñaperros, Sierra Morena.

Necesidad obliga

Me llamo Manuel de la Santísima Trinidad y tengo diecisiete años, creo. Me apodan El Sordo y nunca supe quienes fueron mis padres. Me abandonaron a las puertas del hospicio al nacer, los curas me criaron.

En la España de 1885 lamentablemente eran muchos los que terminábamos allí, fueron tiempos difíciles. Los curas que tutelaban la institución, en su mayoría no eran muy piadosos con nosotros y el trato era malo.

Tuvimos la suerte de que una mujer, Doña Lucia de la Sierra propietaria de unos grandes olivares cerca de La Carolina, al quedarse viuda decidió entre otras cosas dedicarse a obras de caridad. En una de las visitas que nos hizo, acordó con el Prior que iba a mandar a una maestra para que nos diera clase. La enseñanza que allí recibíamos era prácticamente nula.

Para los niños que estábamos fue una verdadera bendición. Seguíamos trabajando en el huerto y en las cuadras, pero así unas horas al día nos librábamos.

El invierno de 1894 fue especialmente frío. Yo cogí unas fiebres según me dijo la Señorita Carmen la maestra, y no tratarlas a tiempo terminó dejándome sordo.

A pesar de ello no me libraba de trabajar la huerta y las cuadras. Con la ayuda de la maestra, que me había tomado cariño, en los siguientes dos años aprendí a leer y escribir. Me enseño a leer los labios y pude mantener con mucho esfuerzo el habla. Después de todo fue una época feliz para mí.

Cuando cumplí los doce años me pusieron a trabajar con el herrero del pueblo, para que aprendiera un oficio. Tres años fueron suficientes para hacer de mí un mozo fuerte, robusto y con un odio enorme hacia el herrero. Cualquier escusa era buena para sacudirme y si encima estaba bebido no te quiero ni contar.

Un día Benito, que así se llamaba el herrero, llegó de la taberna a media tarde. Estaba muy bebido, comenzó a vociferar y golpear todo lo que pillaba a su paso.

Yo aunque no podía oírle sabía que me estaba buscando, notaba las vibraciones, cuando me encontró siguió con los gritos. No le oía pero los gestos y aspavientos eran claros. Mirándole a los ojos supe que decía.

—Manuel vago del demonio donde te habías metido, el fuego no está a punto y necesitamos terminar el trabajo para el Alguacil.

Antes de irse a la taberna me había dicho que trajera carbón vegetal a la herrería y no me había dicho nada de mantener el fuego.

Normalmente cuando se iba al medio día a la taberna, nunca trabajaba por la tarde.

—Maestro, me dijo que trajera carbón. Del fuego no me dijo nada —le conteste mientras entraba en la fragua.

—No me respondas —mientras decía esto se dirigía hacia mi con un martillo en la mano.

Yo casi no podía ver lo que me decía porque se movía mucho y no podía leerle los labios. Gracias a que estaba borracho el golpe que me lanzó con el martillo ni se acercó, luego, del impulso tropezó y calló al suelo. Se golpeo la cabeza contra la base del yunque. No pude oír el golpe pero vi que le salía sangre de la cabeza, me acerqué para ver como estaba, de repente su mano me agarró del cuello. Se levantó sin soltarme y comenzó a darme golpes, parecía un loco. Decía cosas que no lograba entenderle, me faltaban manos para esquivar los mamporros. Aprovechando un traspiés que dio, me largué de allí a toda velocidad.

Fui a casa de la Señorita Carmen que vivía cerca de la plaza, di fuerte con la aldaba de la puerta hasta que se asomo a la ventana de arriba.

—¿Quién es? —preguntó, había comenzado ha oscurecer y la calle no tenía iluminación.

—Señorita Carmen soy Manuel el de la herrería, vengo a despedirme de usted.

—Espera que bajo —mientras lo decía con la mano me indicaba que esperara—. ¿Qué te ha pasado? —me pregunto cuando abrió la puerta y se iluminó su cara. Me hizo pasar y se puso debajo de la luz para que pudiera leerle los labios.

— Como ya sabe el herrero no es buena persona y hoy ha venido borracho. Si no llego a marcharme nos enzarzamos en una pelea y no quiero llegar a eso.

—Y ¿Adónde vas a ir?

—Me voy con la cuadrilla del Guindilla. Hace unos días me tropecé con Manuel, su mano derecha. Me comentó que arriba en la aldea que hay junto a las curvas últimas de Despeñaperros, necesitaban un herrero. Me preguntó si me podía interesar y le dije que me lo pensaría.

—Manuel, pero tu ya sabes lo que se comenta del Guindilla, no es buena gente. Todo el mundo sabe que son bandoleros. Cualquier día la Guardia Civil va a por él y lo meten preso.

—Yo señorita solo voy a trabajar de herrero en la aldea, no quiero saber nada de lo que ellos hacen ni me importa, solo quiero trabajar e ir tirando y ahora no puedo. Cualquier día voy a tener un encontronazo serio con el herrero y terminaremos mal. Me han dicho que allí hay una pequeña herrería con casa y me la dejan gratis. A todos los que viven allí les viene bien un herrero tanto al Guindilla como a los demás vecinos.

—Ya pero sabes que el que más o el que menos todos viven de lo que sacan asaltando a los que se adentran en Sierra Morena.

—Si pero necesito un sitio donde ir y ese puede ser tan bueno como cualquier otro. Señorita, gracias por todo lo que ha hecho por mí y si necesita algo ya sabe donde estoy.

—Bien Manuel, solo te pido que tengas cuidado y no te metas en líos.

Dos años más tarde, en todos los cuartelillos de la Guardia Civil de la zona de Sierra Morena, en los carteles de se busca por delante del Guindilla figuraba El Sordo.

Yo no estaba orgulloso de ello, pero la vida así había rodado.

Esta entada se vuelve a subir por cambio en el programa web. Su primera edición fue: 24 de septiembre de 2021