Por fin, el pueblo
Ha pasado ya un año desde el accidente. Es la primera vez que vuelvo al pueblo. Me ha costado mucho volver a empezar desde cero. Ha sido muy duro, pero ha merecido la pena.
—Todo el mundo te espera —me ha dicho mi padre—. Han cambiado muchas cosas. Todo el pueblo ha colaborado.
Conforme me voy acercando, el aire fresco de la mañana me acaricia el rostro a través de la ventanilla abierta. Puedo oler: la hierba recién cortada, la lavanda, la madreselva, hasta el pan de la Marcela, que seguro lo está sacando ahora del horno.
«Después de tanto tiempo, pensé que me iba a resultar angustioso el volver. Nunca imaginé que sentiría lo que siento en estos momentos. Sin embargo, todo lo que percibo me resulta conocido, cotidiano, de mi día a día».
El coche se para a la entrada del pueblo, junto al cartel. Mi padre apaga el motor y me ayuda a bajar. Mi madre me coge del brazo y, juntos los tres, nos acercamos a él.
Oigo el agua de la fuente que hay en frente. En mi mente se agolpan imágenes y recuerdos de otros tiempos.
Mi padre me coge el bastón y mi madre acerca mi mano a la superficie del cartel. Deslizo los dedos con cuidado y voy percibiendo los puntos que indican las palabras. No hay duda, es mi pueblo.
Unas lágrimas se escapan de mis ojos perdidos; son como una cascada de emociones contenidas recién liberadas. Estoy de nuevo en casa.