Vieja cartera para guardar tabaco de liar.

Se busca

Más bien, yo busco. Busco, quizás, la vida de otros tiempos cuando tenía pocos años. Busco aquellos días en los que, en cuanto llegaba el verano, cambiaba el ritmo de nuestra vida.

Se acababa el colegio y los horarios desaparecían. Los que podíamos nos desplazábamos al pueblo. Cambiábamos el día a día de la ciudad, ruidos, deberes y prisas, para adentrarnos en la tranquilidad de la vida en el campo. Nada más llegar un mundo grabado en tu memoria, de manera indeleble, te asaltaba de golpe. La bici, el tirachinas, las ranas, los pájaros, los gatos, los perros, las cabras, el río, todo sin horarios. Ese mundo maravilloso cuyas vivencias ibas atesorando, año tras año, como el habido usurero, el dinero.

Mateo el cabrero, Arcino el panadero, Marcia la alguacil, José el tendero, todos tenían anécdotas e historias que contar. Todas me hacían abrir los ojos como platos, pero sin duda mi abuelo Casimiro era único en esto de contar historias. Era ciego y tenía un don para los relatos, eran fabulosos. Sabía dosificar los tiempos, para dar suspense y emoción a todo lo que contaba. Los silencios que hacía, mientras sacaba la bolsa de tabaco de cuarterón y se liaba un cigarrillo, con una habilidad inesperada en una persona ciega, nos dejaba con la boca abierta. Todos esperando mientras lo encendía y daba la primera calada. Yo casi me quedaba sin respiración por el suspense, hasta que expelía la primera bocanada de humo y seguía con lo que estaba contando. Era un maestro en eso de narrar.

Los paseos con mi abuela por la huerta, que cuidaba con esmero. Sus explicaciones de lo que cultivaba y sobre todo, del huerto de plantas aromáticas. Romero, espliego, menta, tomillo, manzanilla, orégano y un montón más que no recuerdo. Cuando pasabas a su lado, una descomunal mezcla de olores te inundaba. Ya me gustaría a mí que mi huerto se pareciera, aunque fuera un poco, al de mi abuela.

Los grillos, las cigarras y las luciérnagas, casi seres invisibles de los estíos veraniegos, nos han marcado para siempre el recuerdo de aquellos días.

Es una lástima, que cada día haya menos abuelos en los pueblos que cuente historias y menos niños aún, que las escuchen. Mucho de ese tipo de vida, por no decir casi todo, ya está perdido.Sé que por mucho que busque eso, ya no lo voy a encontrar, ha pasado y no puede volver.

Esta entada se vuelve a subir por cambio en el programa web. Su primera edición fue: 22 de julio de 2022