Poste de caminos donde señalaban las direcciones en las bifurcaciones.

Siempre hay otros caminos

Esta mañana, cuando volvía a casa, en una curva de la carretera, se me ha ido el coche. He caído por el barranco hasta el fondo, donde discurre una acequia.

Era casi de noche, por esa carretera no hay mucho tráfico y menos a esas horas. Debí de estar inconsciente, un buen rato a causa del golpe. Cuando me desperté el sol estaba saliendo.

He chillado pidiendo socorro hasta quedarme sin voz, pero nadie me ha oído.

Estoy atrapado dentro del coche y me doy cuenta de que no podré salir si alguien no me ayuda. El dolor que siento en todo el cuerpo hace que vuelva a perder el sentido.

Hace poco que me he despertado y veo que a mi alrededor nada ha cambiado.

Calculo que han pasado unas ocho horas y sigo allí tirado. El móvil no lo encuentro, ha debido salir disparado por alguna de las ventanas que se han reventado con el impacto.

La bocina del coche no funciona, nadie me oye, comienzo a tener sed y el dolor de la pierna es insoportable.

Cuando me meneo buscando una posición más cómoda, mis manos tropiezan con un objeto blando. Cuando puedo verlo me doy cuenta de que es el osito que llevaba colgado del retrovisor interior. Me lo regaló mi hija hace unos años. Lo aprieto fuertemente y veo como ese día mi hija me está esperando a la vuelta del trabajo. Mientras saludo a su madre, ella me mete el muñeco en el bolsillo.

—Papá, te he dejado el osito en el bolsillo. Cuélgalo del coche para que siempre te acompañe. Es muy bonito y así te acordarás de nosotras.

—Yo siempre os llevo en mi pensamiento cariño, pero no te preocupes mañana lo cuelgo.

—Te lavas y te cambias de ropa, enseguida cenamos —dijo mi mujer.

La vida nos iba bien, éramos felices. Andábamos un poco justos algunos meses porque el trabajo estaba yendo a tirones, pero no nos podíamos quejar. Lo malo vino cuando dos meses más tarde comenzó a fallar más de lo habitual y las deudas se fueron acumulando.

Mi mujer tenía un problema de espalda y no podía trabajar. El mundo se me vino encima, me hundí y no supe reaccionar.

Por no tener que dar explicaciones, que por cierto nadie me pedía, comencé a llegar tarde a casa y encima bebido. No había sido nunca de beber, pero no sé por qué comencé a refugiarme en el alcohol.

El último mes, ni yo me reconocía, era otro. Grité a mi mujer, a mi hija y a todo el que se ponía a tiro.

De golpe vuelvo a verme en el coche, en un barranco perdido y sin que nadie sepa dónde estoy. Puede que sea mejor así. Si muero por lo menos libro a mi familia del problema.

Ayer, cuando salí de trabajar, fui al bar de la gasolinera y perdí la noción del tiempo. Al final me despidieron a las cuatro de la mañana cuando se iban los últimos camareros.

No sé por qué fui por esa carretera, nunca voy por ahí. Está mal asfaltada y hay más distancia a casa,

pero supongo que la cogí porque es tranquila para conducir cuando vas un poco mal.

Por lo menos si muero mi mujer cobrará el seguro de vida que tengo en la empresa.

En ese momento, con ese pensamiento veo que el agua de la acequia comienza a subir de nivel. Veo como poco a poco inunda el coche y no puedo hacer nada por impedirlo. Sé que voy a morir. Noto alivio al saber que por lo menos mi mujer y en mi hija podrán salir adelante sin mí.

Siento presión en la pierna y me doy cuenta de que sigo dentro del coche y no hay agua. Todo han sido imaginaciones mías.

Oigo un ruido lejano y de repente el agua lo inunda todo. No soy de rezar, pero lo hago. Sé que voy a morir.

Esta entada se vuelve a subir por cambio en el programa web. Su primera edición fue: 29 de marzo de 2021