Somos como… animales, borregos, estúpidos… ¿qué somos?
El primer golpe ni lo vio venir. Le llegó por la espalda con un bate en plenos riñones. Se encorvó y cuando estaba encogiéndose por el dolor, le llovieron el resto. Patadas y más golpes, hasta que el que los propinaba se cansó.
Alto, delgado, pantalones de chándal a juego con la sudadera. La capucha hasta los ojos impedía verle el rostro, aunque con lo oscura que estaba la noche habría sido difícil distinguirlo.
El que estaba tirado en el suelo era bajo, con el pelo blanquecino muy largo y barba. Parecía muy mayor, seguramente por lo descuidado de su aspecto. Pantalones vaqueros, sucios, rotos en el dobladillo y chaquetón verde con las mangas dobladas. Se apreciaba que el anterior dueño había sido mucho más grande que él.
Su pelo se comenzó a teñir de rojo. La sangre fue haciendo un charco alrededor de la cabeza, no se movía.
El tipo alto, con el bate en la mano, se alejó con tranquilidad. Al llegar a la esquina del callejón una farola lo iluminó. No más de 28 años, cara agradable, pelo negro corto y una perilla bien arreglada.
Se montó en un Mazda rojo que había aparcado en la calle principal y salió de forma ruidosa, dejando unos euros de neumático en el asfalto.
Al día siguiente, en las noticias locales de la radio, para la tele no eran estas cosas ya de interés, indicaban que esa noche había muerto, a golpes, un indigente en el polígono industrial. Nada más.
En un reservado de la discoteca Unlimited, seis jóvenes estaban sentados en torno a una mesa repleta de bebidas. Sobre el cristal restos de polvo blanco.
Uno de ellos, el que parecía llevar la voz cantante, hizo callar a todos.
—Bueno, bueno, bueno, Carlos, al final va a resultar que tienes agallas. Hemos empezado con buen pie nuestro particular juego. Las apuestas estaban en tu contra, pero lo has resuelto bien. Has ganado. Teniendo en cuenta los que habíamos apostado en tu contra, tienes 10 puntos. Ahora vamos a ver el segundo reto.—Mientras decía esto, en su móvil puso una aplicación. Le dio al botón grande, de color verde, que salió en medio de la pantalla.— Esto es para ti Manolo, te vas a tener que esmerar mucho.— Volvió el móvil para que todos lo vieran. Entrar en un hospital y cargarse al paciente de la habitación 135. Debe parecer muerte natural.
—Esta se las trae, no es nada fácil —dijo Manolo.
Todo esto venía a resultas de la última cena que tuvieron en la bodega de Carlos, hace doce días. En un momento de euforia, pensaron en un juego que les proporcionara un nuevo subidón de adrenalina. Las carreras de coches por la noche, la caza de especies protegidas, peleas clandestinas… Para ellos, eso ya no era suficiente. La lista de ideas que sacaron con ese fin, después de cenar, fue clara:
– En el Club Azul, un viernes por la noche, envenenar con cianuro al cliente que esté sentado en la barra junto a la columna derecha.
– Entrar en un hospital y matar al paciente de la habitación 135. Debe parecer muerte natural.
– Robar un coche y atropellar a un peatón en el cruce del puente, el sábado de madrugada. Luego, quemar el coche.
– Buscar un indigente en el polígono industrial y golpearlo hasta matarlo.
– Ir a una residencia de ancianos y ahogar a uno en su habitación.
– Esperar en la parada de autobuses del n.º 5 en la Corrala. Liquidar al último viajero que se baje, da igual como lo hagas.
En el camino quedaron un montón de ideas más. Estas les parecieron las que mejores para empezar. Este nuevo juego prometía mucho…