Tanto va el cántaro a la fuente
En lo campos de Jaén ese año todo el mundo movía la cabeza. Las fuertes sequías primaverales hacían prever una mala cosecha de aceituna. Nadie en el mes de diciembre hubiera pensado que estarían así, teniendo en cuenta las blancas nevadas que tuvieron.
Por el mes de Abril San Nicanor y San Bermudo ya habían salido en procesión. El cura de Lupión había recorrido los olivares con el hisopo echando agua bendita a diestro y siniestro. Pero tampoco las gotas de agua, colgando de los olivos como lágrimas multicolores por efecto de los rayos del sol, consiguieron cambiar nada.
De todos los pueblos los santos en procesión salieron, los áridos campos recorrieron pero aun así nada lograron. Muchos rosarios y mucha agua bendita mas tarde, el cielo azul seguía. El cuarteado terreno no dejaba lugar a dudas de lo que se les venía encima.
Para junio todos daban por perdida la cosecha. En la noche de San Juan las hogueras inundaban el cielo de rojas ascuas, un trueno inesperado y las primeras gotas se dejaron sentir. Una hora mas tarde el chaparrón era ya de libro. Cuatro días mas tarde las frías aguas del cielo seguían cayendo.
El agua por fin, tarde, pero habían llegado. La cosecha estaba perdida pero por lo menos era una inyección para los árboles. Habían sufrido mucho y eso les aliviaría en el tórrido verano.
En Lupión, sentado en el banco que hay bajo los árboles en la plaza de la fuente, está Don Nicanor. Un recalcitrante ateo del lugar, con su gorra calada hasta las orejas y sus noventa y ocho años, dejaba oír su voz aspera como el esparto.
—Como para no llover, después de tanto sacar a los santos y luego de tanta agua bendita. El cura ya tiene excusa. Lo cierto es que algún día tenía que hacerlo. No por las rogativas si no por la estadística.
Esta entada se vuelve a subir por cambio en el programa web. Su primera edición fue: 12 de noviembnre de 2021