Todo por la pasta

Eran las dos de la madrugada. El bar de Mateo como siempre estaba con las luces encendidas y los últimos parroquianos salían para sus casas.

Desde la cocina miró hacia la barra y viendo que no quedaba nadie salió para cerrar. Cuando echaba mano a la puerta, la cortina de tiras de plástico se abrió dejando paso a un joven.

—Hola, buenas noches, perdone que le moleste. Estoy buscando el Albergue del Búho, no soy de aquí y me he perdido. Llevo media hora dando vueltas y al ver la luz de su bar me he dicho, ahí seguro que te pueden indicar.

—Faltaría más, no es difícil llegar, pero a veces de noche se pasa uno la señal. Si va por la calle hasta la plaza, al fondo verá un cartel casi oculto por un seto. Entre por ese camino y medio kilómetro más adelante está el albergue. No tiene pérdida.

—¿Me puede decir si a estas horas cree que me darán de cenar?

—Conociendo a Nica, que es la mujer que lo lleva, lo dudo. Esa ya ha cerrado la cocina y podrá estar contento si lo deja entrar.

—Ya, bueno —comentó el forastero— y ¿Usted podría darme algo? un bocadillo, algo que tenga hecho, cualquier cosa, no soy exigente.

—Si hace un bocadillo de jamón y de beber lo que quiera no hay problema. Si no es así, lo siento, pero no hay nada más.

Quince minutos más tarde, Mateo se iba a su casa. El joven, sentado en un banco de la calle, daba buena cuenta de un bocadillo acompañándolo de largos tragos de agua.

Cuando terminó cogió el coche y siguiendo las indicaciones que le habían dado, localizó el camino. A pesar de ser de tierra estaba en buen estado, cosa que era de agradecer, no había luces y la noche sin luna no ayudaba para circular.

Un pequeño reflejo y una luz de un faro en el suelo delante de él, lo hicieron pisar a fondo el freno. Con un ruido de cubiertas arrastrando grava, paro justo delante de una moto cruzada en el camino. Una persona estaba tendida en el suelo.

Bajó corriendo del coche y se acercó para ver cómo estaba el motorista. Este levantándose con agilidad del suelo le sonrió.

Era una joven rubia de unos veinticinco años y nuestro joven se quedó parado no sabiendo muy bien que hacer.

—Tranquilo —dijo la chica— no me ha pasado nada, solo ha sido una caída tonta, tu no has tenido la culpa. Me llamo Julia.

—Ah, hola soy Miguel, que susto me has dado, pensé que no frenaba a tiempo.

—Anda no te quedes ahí parado y ayúdame a quitar la moto del medio, así puedes continuar hasta el albergue.

Dejaron la moto a un lado y Miguel le preguntó si quería que la llevara a algún lado.

—Tengo una autocaravana, si puedes acercarme te lo agradeceré.

Siguiendo sus indicaciones, al poco rato en una pequeña chopera vieron la autocaravana.

—Yo voy a tomar un cubata, si quieres te puedo poner uno a ti por las molestias.

—Si puede ser gin tonic, lo prefiero.

Momentos después, estaban sentados en unos sillones de camping alrededor de una mesa charlando mientras se tomaban las bebidas

Julia le contó que llevaba un tiempo viajando de aquí para allá conociendo España. Era pintora, pintaba lo que le surgía y de vez en cuando iba a Madrid para dejar los cuadros a una amiga, que se encargaba de venderlos.

Miguel le dijo que era asesor financiero y que no se podía quejar, le iba bien. Se había tomado unos días de vacaciones. La semana anterior había sido muy complicada y después de terminar una operación que le había proporcionado un buen pellizco, había decidido perderse, aunque solo fuera unos días.

Tres bebidas más tarde y un montón de confidencias, terminaron en la autocaravana dándose un revolcón.

Notó frío y al despertarse se encontró a medio vestir, metido en su coche y sin tener ni idea de lo que había pasado. No sabía cómo había llegado allí. Lo último que recordaba era que había llevado a una chica a su autocaravana, cuando la recogió en el camino al albergue porque había tenido un accidente.

Luego todo comenzaba a estar más difuso, recuerda la cama y nada más.

Esperó un poco porque la cabeza parecía no tenerla con las ideas muy claras. Decidió volver al camino del accidente para ver si recordaba algo.

Llego hasta la puerta del albergue. Allí le dijeron que le esperaban ayer y que no llegó. No supieron decirle nada más.

Subió la bolsa a su habitación y cuando estaba sacando la ropa encontró su móvil. Lo había dejado apagado para que nadie le molestara durante el viaje y lo encendió.

Nada más hacerlo recibió un mensaje. “Gracias Miguel, tu pequeña contribución me hará la vida un poco más agradable los próximos meses, Julia”.

No tenía ni idea de que iba aquello, joder, no recordaba nada.

Desayunó y decidió dar un paseo por el bosque cercano para ver si se aclaraba un poco.

No había andado mucho, cuando le vino una idea a la mente. Volvió rápidamente a su habitación. Sacó el ordenador y busco la web de su banco. Cuando la abrió localizó la cuenta que le interesaba y soltó un improperio de lo más grosero. Estaba vacía, el día de antes había más de doscientos mil euros y ahora quedaban solo mil. No sabía muy bien que es lo que había pasado, pero el resultado estaba claro. Llamó al banco y pregunto por Antonio, era además del director un amigo.

—Antonio, ¿Quieres mirar por favor que ha pasado con el dinero de mi cuenta? la mía personal.

—Esta madrugada se ha transferido el dinero, todo está bien, todo correcto. ¿Porque lo preguntas?

—No he sido yo, alguien me ha robado el dinero.

—¡No fastidies! ¿Estás seguro de lo que dices? Déjame un rato, lo reviso y te digo algo.

Una hora más tarde Antonio llamaba para confirmarle lo que ya sabía. Se había transferido el dinero en diversas partidas. Primero a unas cuentas de Luxemburgo y luego … Alguien lo había movido sin dejar ni rastro.

Volvió a la chopera donde había estado la autocaravana por si encontraba algo, todo estaba limpio, no había nada. Se iba cuando vio lo que le pareció un papel, lo cogió y comprobó que era una pequeña bolsa de plástico con restos de un polvo blanco.

Dejó el albergue, cogió su coche y volvió a Madrid. Eran las cinco de la tarde cuando aparcaba frente a la puerta de los Laboratorios Limba. Su amigo José trabaja allí. Le había llamado hacia una hora para contarle lo que le había pasado y que le llevaba unos restos para analizar.

—Pasa Miguel, que me parece que te la han jugado.

—No me digas nada, toma y analiza esto. Ya me dirás.

Al día siguiente José le llamó y le indicó que el polvo era escopolamina. Ahora comenzaba a tener sentido todo.

Teniendo en cuenta que su trabajo no le permitía cierto tipo de publicidad, decidió no dar parte a la policía. Llamó a su cuñado Jorge, trabajaba en delitos informáticos en la Policía Nacional. Le contó todo lo que le había pasado y este quedo en decirle algo.

Tres días más tarde se vio con su cuñado en un café.

—Hola “Don Juan” ¿Que tal te encuentras? — preguntó Jorge— por el gesto de Miguel, supo que hecho polvo—. Bueno, por partes. Lo que te dijo tu amigo es correcto, no podemos rastrear el dinero, lo han hecho muy bien. No te va a servir de nada, pero si te consuela no eres el único al que le ha pasado algo parecido. Me he estado informando y en los últimos tres años ha habido seis casos similares al tuyo. Según parece hay más, pero por las causas que sea, no se han denunciado. La forma de hacerlo, la chica y el uso de escopolamina para tener acceso a las cuentas y vaciarlas sin dejar rastro, indica que es la misma persona. Luego está el detalle del final feliz, que también es común en todos ellos.

Lo lamento, pero no se puede hacer nada. Podemos decir que es una forma de bandolerismo, por lo de asaltar a media noche en un camino a oscuras. Pero por lo demás hábil, sofisticado y simple. Te ha salido un poco caro el polvo, pero podía haber sido peor. Lo que está claro es que iba a por ti. Nuestra hipótesis es que os escoge, no sabemos más. De momento es todo un misterio.

Esta entada se vuelve a subir por cambio en el programa web. Su primera edición fue: 5 de agosto de 2021