Víctor «Alfiler» Gazte

El hombre, cuanto menos, tenía una curiosa figura. Rollizo, sin cuello, con el talle más que amplio, de pierna escasa, brazo largo, dedos cortos y amorcillados. Recordaba a una figura de Botero.

El gusto por la comida y el vino, unidos a su más que conocida afición por los sillones cómodos y la vida sedentaria, habían ayudado mucho a lograr esa silueta.

Le encantaba hablar, no importaba de qué, sabía de todo o eso parecía. A veces, bueno, muchas veces, se pasaba y largaba lo que no debía. Su boca suelta ya era de sobra conocida y decir cosas inapropiadas, su sello de identidad.

Muy amigo de sus amigos o más bien del dinero de sus amigos, Víctor «Alfiler» Gazte era todo un personaje. Lo de «Alfiler» le venía porque cuando le mirabas, lo primero que destacaba de él era el alfiler de la corbata, encaramado en su más que voluminosa barriga.

Pero si todo en él era curioso, sin duda su acompañante no se quedaba atrás. Encima de su hombro derecho llevaba un pájaro, cuál John Silver en la Isla del tesoro, pero cuervo en vez de loro. Era negro con brillos azules iridiscentes que contrastaban con su lomo blanco, imagen que se alejaba de la que habitualmente tenemos de esa especie.

Decía Víctor que le ayudaba en su trabajo, que le inspiraba en su día a día y que veía con más claridad lo que estaba por venir, es más, alguna vez en esos momentos en que se pasaba hablando y no frenaba, decía que el cuervo le hablaba y le indicaba lo que iba a pasar. Según él, era de sobra conocida la capacidad de los cuervos para planificar cosas a largo plazo. Bueno, eso es lo que decía. Nadie se lo creía, pero eso decía.

Hoy estaba encaramado a un taburete, en la barra del bar que hay en frente al edificio de la Bolsa. ¡Ah, que no lo había dicho! Es corredor de bolsa. Según dicen los que le conocen en esa faceta, es bastante bueno en su trabajo (no sé si el cuervo ayuda).

El caso es que estaba, como he dicho allí sentado, con un plato de comida en una mano y un vaso de vino en la otra, cuando le han llamado por teléfono. Ha contestado mientras comía y dos segundos después se ha llevado la mano a la garganta, ha intentado bajar del taburete y ha terminado tirado en el suelo. Parecía que se ahogaba.

Un hombre ha dicho que se estaba atragantado, lo ha sentado en el suelo y le ha dado unos golpes en la espalda, pero nada. Luego, ha intentado hacerle la maniobra de Heimlich, pero debido al peso y el tamaño del cuerpo le ha sido imposible y han llamado a urgencias. A su llegada solo han podido certificar su muerte.

Él siempre se reía de los que, de una forma u otra, le decían que se cuidara. En fin, ya no le hace falta hacerlo.

Parece ser que el cuervo, esta vez, quizás por no estar presente, no ha sabido ver lo que iba a pasar y «Alfiler» Gazte no ha contado con buena información.