Y Jeremías perdió la cabeza
El camino serpenteaba sinuoso por la ladera, desde la loma de la colina hasta el fondo del escondido valle, donde se divisaba el pueblo.
Cuando decidieron establecerse allí hace siglos, los primeros pobladores, está claro que sabían lo que hacían. Valle a desmano de las rutas normales, si no estabas atento te pasabas de largo la vereda, apenas visible en esa zona del bosque. Claro que teniendo en cuenta lo movido que fue el siglo XV para algunas personas por culpa de la Inquisición, no me extraña que se buscaran un lugar donde vivir lejos de cualquier lugar. Luego con el tiempo vino gente nueva al valle, pero aun así era un sitio apartado.
Lucio siempre que volvía de viaje a su casa, al sobrepasar la cima de la colina y ver el pueblo notaba algo extraño en su interior.
Era una impresión fuerte y nunca dejaba de sentirla. Por desgracia estos últimos años de malas cosechas y problemas con el ganado le habían obligado a salir fuera de su valle más de lo que él querría.
Eran una comunidad no muy grande, unas noventa familias. Hace tres años fue nombrado casi por unanimidad representante del pueblo frente a la administración comarcal y de ahí que tuviera que salir más de lo que le gustaría.
Esta vez había tenido que ir a solicitar ayuda, debido al fuerte aumento de robos de ganado que estaban sufriendo. Aunque los habitantes organizaron cuadrillas, no era lo suyo y nunca habían visto nada.
A los pocos días de su vuelta, Lucio fue por la mañana a primera hora a buscar a su cuñado. Estaba segando con una guadaña la hierba del prado al comienzo del camino de su casa.
—Hola Jeremías, necesito que vayas al collado de entrada al valle. Hoy viene una cuadrilla que manda el gobernador para que se instalen aquí, van a dar batidas para localizar a los ladrones de ganado. Si no vamos a indicarles el camino seguro que se pasan de largo.
—Oye Lucio y ¿hasta cuándo les tengo que esperar? —pregunto Jeremías.
—Les esperas hasta que lleguen. Hoy es el día seguro, pero el camino es largo y se pueden retrasar algo. Tú los esperas.
Jeremías cogió su caballo y poco a poco fue ascendido el curso del río, ganado altura y en dos horas ya estaba arriba de la garganta por donde bajaba el agua que les servía para mover el aserradero que en el curso superior del río tenían.
Vio el arrastradero de troncos por el que, con sirgas, los hacían llegar hasta donde los cortaban.
Cuando dejaba atrás el lugar vio un tronco sujeto a una de las sirgas que de pronto se soltó deslizándose canal abajo, la sirga que se le había quedado sujeta iba dado latigazos. Se oyó un sonido seco como el de un trueno corto.
Horas más tarde cuando las luces del día comenzaban a ceder, por el camino de entrada vieron aparecer a una cuadrilla de hombre armados.
Al acercarse Lucio a ellos vio que Jeremías no estaba, pero su caballo si y llevaba un bulto encima.
—Me llamo Pablo Huerta —dijo el que parecía el jefe de la cuadrilla—. Somos la cuadrilla de armas que envía el gobernador por el tema de los robos. Cuando estábamos cruzando una cañada en la cima del valle, en el hayedo que allí hay, oímos unos ruidos. Nos escondimos y al poco vimos pasar a un jinete al galope, en un primer momento el susto fue mayúsculo ya que iba sin cabeza. Nos fuimos unos cuantos detrás de él mientras el resto esperaba allí. Por sí tenía algo que ver con los ladrones. Pensando quizás que fuera una forma de asustarles para robarles mejor.
Cuando conseguimos alcanzar y calmar al caballo, nos dimos cuenta de que era de verdad un jinete sin cabeza. Decidimos no esperar a su guía y por el camino que había llegado el jinete vinimos. A la altura de un aserradero en medio del camino encontramos la cabeza.
Lucio estaba blanco. No sabía ni que decir. Su cuñado, jinete sin cabeza y ahora ¿Qué le diría a su hermana?
Esta entada se vuelve a subir por cambio en el programa web. Su primera edición fue: 15 de octubre de 2021