Madre loba y sus lobeznos

Mi simbiosis lobuna

—Hola cara culo —le grito por la espalda Ricardo a Pedro, a la vez que estiraba la mano hacia su hombro con la intención de que se detuviera— me estoy dirigiendo a ti, mírame cuando te hablo.

Era el primer día de clase después de las vacaciones de verano.

Pedro se volvió, su mano agarró la de Ricardo y mientras se la retorcía le empujo al suelo. Saltó encima de él poniendo las manos sobre sus hombros. Con los ojos entrecerrados, su boca emitió un gruñido agudo y profundo a la vez que dejaba ver unos amenazadores caninos.

Primero sorpresa, luego miedo, esos dientes, ese gruñido y de fondo las palabras que Pedro, o eso en lo que se había convertido, le decía.

—La próxima vez que tú o algunos de tus amigos se quiera meter conmigo, recuerda estos momentos. La próxima vez no habrá consideración por mi parte. Esta es de advertencia, la siguiente…

Al levantarse del suelo Ricardo se notó humedad en los pantalones.

Burbios, era una pequeña población de los Ancares Leoneses. Su padre montó allí junto con Mateo, un amigo suyo del lugar, una empresa cárnica que elaboraban embutidos tradicionales de la zona.

Pedro siempre había sido el clásico chaval de buen carácter, que no se metía con nadie. Sus padres se habían trasladado hace años de Salamanca a vivir allí.

En el colegio Ricardo y sus amigos enseguida le hicieron blanco de sus gracias. Durante los siguientes años la cosa fue en aumento y ya el último curso, el acoso había subido de intensidad.

Pedro acababa de cumplir 14 años y era un solitario. Sus momentos más felices eran cuando se subía a la cabaña que los padres de Mateo, el socio de su padre, tenían en la montaña.

Allí era feliz. Ese verano lo pasó entero arriba en el monte. Para él supuso una relajación total y los padres de Mateo lo querían como a un hijo.

Anselmo que así se llamaba el hombre, le enseñó a pescar en los arroyos y los secretos que esas bellas montaña encerraban. Vio osos, urogallos y oyó un montón de historias antiguas sobre la lucha del hombre por sobrevivir.

Los Ancares había sido una tierra apartada y olvidada por todos, durante muchos siglos.

Las leyendas sobre los lobos eran sin duda sus preferidas. Había una sobre un macho solitario que perdió a su hembra y a sus crías a manos de unos cazadores, que le impresionó mucho. Le recordaba la maldad de algunos humanos. Pedro, en cambio, las encontraba fascinantes.

El lobo siempre inspiraba miedo. Solo con mencionar su nombre se le ponían los pelos de punta a mucha gente de aquellos lugares, sobre todo a los que vivían en el monte. Era capaz de adaptarse a la soledad a pesar de ser grupal, esa determinación, esa voluntad de sobrevivir.

Le gustaba pensar que él era también algo de eso.

Ese verano había dado grandes paseos por el monte y muchas noches las había pasado en vela mirado las estrellas, la montaña era un lugar fenomenal para ello. En alguna ocasión había oído lejanos aullidos a los que poco a poco comenzó a contestar, sin saber muy bien porqué.

Se acabaron las vacaciones y tuvo que volver a su casa unos días antes, para preparar la vuelta al colegio.

La noche anterior al día en que comenzaba el curso, a través de la ventana, oyó claramente unos aullidos. Supo identificar que decían y contesto. Le devolvieron el aullido y le contaron una historia, la historia del lobo. Le explicaban porqué el lobo era temido y odiado. Porque ponía los pelos de punta a los viejos del lugar.

Se notó fuerte, lleno de vitalidad, se dio cuenta de que percibía sonidos y olores antes imperceptibles para él.

Cuando su madre le llamó esa mañana para desayunar, para sorpresa de ella, al momento estaba en la cocina con una sonrisa de oreja a oreja.

Su madre se sorprendió y el miedo que hasta entonces tenía, porque se repitieran los problemas para ir a clase de otros años, se esfumó. Su hijo parecía distinto, se le veía mas maduro, mas seguro de si mismo.

Cuando salió de casa con su mochila, percibió la felicidad de su madre. Conforme caminaba hacia la escuela fuertes e intensos aromas le llegaban a la nariz, el pan recién hecho, el café que servían en la terraza del bar…

Notó los gatos que en una acera cercana hurgaban en un cubo de basura.

Se notó diferente, ya no era el Pedro del pasado curso.

Notó que alguien se acercaba por detrás y lo olió, olió su chulería y su soberbia.

—Hola cara culo.

Esta entada se vuelve a subir por cambio en el programa web. Su primera edición fue: 7 de julio de 2021