Caja donde se guardan botones de prendas que se han tirado a la basura, normalmente por muy usadas o rotas.

La caja de los botones

De niño siempre me llamaba la atención la caja donde mi madre guardaba los botones, las presillas y los imperdibles usados.

Cuando se desechaba por vieja alguna prenda, se dejaba para utilizarla como trapos o se tiraba a la basura. Antes de eso se le quitaban todos los accesorios, o sea botones, cremalleras, presillas y se guardaba en la caja de los botones. En todas las casas que conocía había una en el cajón de la costura. Las cremalleras y cordeles iban a otra caja.

En esa caja siempre había algo con lo que jugar. En momentos de inspiración te suministraba un par de botones, preferiblemente de dos agujeros, grandes e iguales. Eran buenos los que habían sido de un abrigo.

Los cosías entre ellos, le ponías una cuerda y disponías al momento de un magnífico yo-yo.

Siempre se recurría a ella cuando se había perdido un botón. Se echaba el contenido en una bandeja y ¡ala!, a buscar uno igual o parecido.

A veces te tropezabas con alguno, cuyo origen había sido una prenda especial, que te traía recuerdos.

Podía ser de una chaqueta, o un abrigo, o un pantalón, las recordabas a veces con nostalgia y otras no tanto. En muchas ocasiones eran de prendas, que aunque no fueran de tu gusto, te las tenías que poner. No había otra, así que, ¡te las ponías y punto!

Recuerdo un botón que encontré una vez, dorado y con una piedra de color en el centro, me gustó y me lo guardé. No sé cómo, un día lo vio mi madre. Me contó que perteneció a un vestido, que se hizo al poco de conocer a mi padre, y que a él le gustaba mucho. Vi un brillo especial en sus ojos al contármelo. De eso hacía ya muchos años y el vestido seguro que terminó para trapos.

Un tiempo después, coincidió que ella estaba cosiendo y la famosa caja estaba encima de la mesa. La abrí y mi madre me fue contando algunas historias sobre los botones, más bien sobre las prendas a las que habían pertenecido.

El tiempo pareció pararse y a través de sus recuerdos, ligados a estos minúsculos y minusvalorados objetos, vi bautizos, bodas y entierros.

Salieron historias de su pueblo, de fiestas, de siega, las requisas de la guerra, el miedo y la alegría.

Parece mentira, lo que puede dar de sí una caja de botones. Yo, en mi casa, también tengo una, pero no me trae tantos recuerdos como la de mi madre a ella.