Bucéfalo, Babieca, Rocinante y el Halcón Milenario

Ese día el caballo, del que era mayor conquistador de todos los tiempos, notaba que algo no estaba como siempre. El aire se está enfriando, los pelos se le ponían tiesos y notaba calor interno, algo iba a pasar. Se habían detenido en bosque a orillas de un lago, a la espera que les llegaran noticias de los exploradores. Estaban buscando el país de las amazonas.

De repente, se vio movido como si le hubieran golpeado de lleno en pleno cuerpo. Al salir de la especie de atontamiento en que se había quedado, se encontró en una cuadra muy grande. Había allí dos caballos que como él parecían salir de una situación como la suya. Se movían como a trompicones y medio atontados.

—Me llamo Bucéfalo —dijo y yo me encontraba con mi amo Alejandro Mago, estábamos buscando el país de las amazonas, cuando de repente he aparecido aquí.

Y hablo y hablo durante un rato, parecía no querer callar. Que si él que si su amo.

—Vaya, vaya, así que tú eres el famoso Bucéfalo del que tanto hablan. Yo me llamo Babieca y mi amo es Rodrigo Díaz de Vivar que ha fallecido hace poco.

—Yo no os conozco a ninguno de los dos. Me llamo Rocinante y mi amo D. Quijote de la Mancha. Un hidalgo que será conocido y recordado en todo el mundo. No sé cómo he venido a parar aquí, pero voy a comer que tengo hambre.

Al parecer todos habían dicho lo que tenían que decir y metieron sus cabezas en el pesebre. Así pasaron unas horas.

—No sé qué deciros chicos —comentó de pronto Bucéfalo a sus compañeros de cuadra— pero algo sucede, todo parece que se menea noto que todo se mueve. Me da mala espina.

—Que quisquilloso y pijotero eres, tienes el ego subido por ser el caballo de Alejandrito —dijo moviendo hacia él la cabeza, que acababa de sacar del pesebre, Rocinante— por qué no comes y nos dejas tranquilos un rato, desde que estamos juntos te das unos aires de saber todo. Limítate a comer, aunque a ti no parece hacerte falta.

—Claro que no me hace falta, no soy como tú, que no sé de qué presumes. Eres un medio caballo y eso de frente, porque de perfil no vales para nada. Se te ven todas las costillas, se te dobla el lomo y tienes musgo pegado a las ancas traseras de puro viejo. Que le voy a decir a una piltrafilla como tú, yo que junto a Alejandro hemos conquistado casi todo el mundo conocido, yo que he bebido de las aguas del Indo, he salido indemne de las flechas de los diez mil inmortales en batallas que no aciertas ni a imaginar, he cabalgado junto a elefantes, yo he pastado en los jardines colgantes de Babilonia.

—Ya sabía yo que esto iba a terminar así —dijo Babieca— pero mira que eres vanidoso, tú no tienes yeguabuela ni falta que te hace. Cuando éramos pequeños nuestras yeguasmadres siempre nos decían, come, come, para que seas tan fuerte como Bucéfalo. Ya está bien, todos sabemos que eres un gran caballo y tu amo un gran tipo. Deja de darnos la brasa con ello.

Los demás también llevamos lo nuestro encima. Yo he conquistado media España con mi señor, para su desagradecido Rey. Yo también he estado en batallas puede que no como las tuyas, pero si muy sangrientas. Nuestras gestas llenaron los cancioneros de los trovadores durante años y se cantaron en plazas y salones. Yo entre en la leyenda con mi señor al conquistar Valencia después de muerto. Bueno esto último es cosa de Hollywood. Vamos que todos llevamos lo nuestro.

—Quizás nuestro amigo Roci, no pueda decir lo mismo —dijo Bucéfalo con el ánimo de fastidiarlo, ya que el juego no le había salido bien con Babieca.

—Oye, oye percheroncillo de tres al cuarto —salto rápido Rocinante— que sepas que mi señor el insigne hidalgo D. Quijote de la Mancha, más conocido como el Caballero de la Triste Figura es mucho más popular que el tuyo. No ha estado en tantos sitios, pero ha hecho grandes cosas. Ha luchado contra gigantes que se convierten en molinos de viento. Entró en desigual batalla contra los ejércitos de los Batanes. Consiguió el Yelmo de Mambrino y montó a Clavileño el caballo volador, entre otras grandes hazañas. Por lo tanto, baja los humos y no te las des.

Estaban en estas discusiones cuando un ruido ensordecedor dejo a los caballos mudos y los pelos de las crestas erizándoseles. Vieron aparecer en medio de la gran cuadra, un monstruoso caballo que echaba fuego por detrás. Tenía una forma muy rara y casi no cabía.

De él se bajaron dos seres que después de mirarlo por fuera, uno de ellos le dio una palmada y de dijo algo así como “te has portado bien” y luego se fueron.

Bucéfalo como más antiguo y a la vez más curioso, le falto el tiempo para ir hacia él. Lo miró detenidamente y sentenció.

—Yo en Persia ya he tenido de estos enfrente, algo más pequeños, pero igualmente forrados de chapas como este. Allí los llamaban catafractos y eran lentos pero duros de pelar. Los que los montaban también estaban forrados de hierro, mala gente para luchar. Este en cambio los que los montan, esos dos que han salido no parecen llevar armadura. Pero este al fin y al cabo caballo como nosotros.

Un sonoro ja ja ja les envolvió a todos, salía de ese caballo raro.

—Hay que tener valor para confundirme con un caballo —dijo el recién llegado.

—Te monta gente, cubierto de hierro, solo puedes ser un caballo. La gente se mueve en caballo o andando no hay más. Bueno carreta —dijo Bucéfalo.

—Yo no sé lo que os han enseñado a vosotros, pero sois ignorantes de narices. Yo soy el Halcón Milenario y no soy un caballo.

—Ya, vale, lo que tu digas. Te monta gente, a nosotros también y nosotros somos caballos. Está pues claro o caballo o burro —respondió Babieca.

—Mirad, el mundo evoluciona. Vosotros estáis ya obsoletos. Ahora lo que se lleva soy yo. Yo vuelo, puedo ir a lejanos lugares. Alcanzar estrellas y galaxias que ni se ven en el cielo. Puedo ir a planetas lejanos que, si los vierais, os sorprendería las gentes que los habitan y he visto desaparecer mundos enteros.

Todos lo miraban con la boca abierta. Estaban pensando que podría ser cierto y al que suponían caballo “no lo fuera”. Para ellos, aunque habían visto mucho mundo, unos más que otros, se les escapaba lo que les contaba. Eran caballos simples, no eran capaces de entender todo eso.

—De todas formas, no os preocupéis, estamos de paso, nos iremos en breve. Por lo que he oído estamos aquí por una disfunción temporal en la linea espacio tiempo, que malditas sean mis patas si sé que es eso —dijo el caballo raro, “que no lo era”— parece ser que eso ha hecho que nos juntemos todos aquí.

Para quitar un poco de tensión el Halcón Milenario les hizo una confesión.

— Llevo a dos seres, uno de ellos grandote se llama Chiguaca, que no sabe exactamente qué es y que pone todo perdido del pelo que le cubre. El otro es uno como los de aquí, vamos normal, se llama Han Solo. Este una vez dijo una frase que había oído a uno como él, pero distinto, llamado Roy Batty:

«Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. Naves de ataque en llamas más allá del hombro de Orión. He visto brillar rayos-C en la oscuridad, cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir.»

Que conste —dijo el caballo raro, “que no lo era”— yo tampoco entendía muy bien esas palabras, pero las sueltas y queda de narices. Sobre todo, cuando las dice Han Solo, que siempre nos indica que es de otra peli, pero eso, que quedan bien. Ahí ya es cuando yo le pierdo. Ya veo que también vosotros os habéis perdido hace rato, bienvenidos al club.

No había terminado de decir esto cuando una brusca sacudida movió el lugar. Se levantó una polvareda de mil demonios, al calmarse todo, en la cuadra solo estaba el Halcón Milenario. El caballo raro, “que no lo era”.

Esta entada se vuelve a subir por cambio en el programa web. Su primera edición fue: 18 de marzo de 2022