Barandado
Rosa volvía a su casa con un enfado morrocotudo. Había discutido con Manuel, su novio, por lo mismo de siempre. Le gustaba gastar bromas, a pesar de que ella siempre le decía que no le hacían gracia. Pero él seguía y seguía. Por ese motivo, esa noche lo había mandado a freír espárragos.
Mientras andaba, se iba poniendo cada vez más furiosa, pensando en la broma que le había gastado esa noche.
«El numerito que había montado con su amigo Silva en el aparcamiento, cuando íbamos a coger el coche, no tenía nombre. Va el tonto de Silva y haciéndose pasar por, bueno, no sé por qué quería hacerse pasar, pero, el pasamontañas, el cuchillo, la pelea. Después le clava el cuchillo a Manuel y se viene hacia mí…
Bueno, no se lo perdono. Aún me tiemblan las piernas».
Cuando entró en el portal, la luz parpadeaba, parecía emitir en lenguaje morse.
«Vaya, ahora esto. Ya está bien, a ver si cambian esa bombilla de una puñetera vez»
Llamó al ascensor, una especie de vibración sonó del otro lado de la puerta. La luz se apagó y este se paró.
«Lo que me faltaba».
Encendió la linterna del móvil y se fue hacia las escaleras.
«Cuatro pisos a pie, qué fastidio. Mierda, ahora el móvil. ¡Qué inoportuno, va y se queda sin batería! ¡Qué nochecita! Primero el imbécil de Manuel, luego la luz, el ascensor…
¡Qué más me va a pasar!»
Subiendo las escaleras, antes de llegar al primer rellano, percibe una sombra que se mueve delante de ella; el corazón se le acelera. Un siseo, como si alguien susurrara, suena en el hueco de la escalera. La sombra se le vuelve a cruzar, casi se le echa encima. El sonido aumenta y un grito se le escapa. Ya incontrolada, comienza a correr escaleras arriba. Nota que alguien le coge la falda por detrás. Tira y tira para soltarse, ya es pavor lo que tiene. Se vuelve y ve cómo unos dedos huesudos le están agarrando la ropa. Gotas de sudor le resbalan por todo el cuerpo. Da un nuevo tirón con todas sus fuerzas. Se oye un alarido y un golpe seco.
Varios vecinos salieron al oír el grito, apenas se veía nada. De repente se encendió la luz de las escaleras. El portero subió del sótano, la luz estaba dando problemas toda la tarde y había ido a repararla. Oyó el alarido justo cuando la conectaba de nuevo.
Al subir por la escalera, se encontró a Rosa tirada en el suelo. Su falda estaba enganchada a un adorno del barandado. En medio del hueco de la escalera, un gran trapo flotaba colgado en el centro; al moverse, dejaba oír un prolongado siseo.
Le tomó el pulso, no se lo encontró…