El karma II
El día que cumplió treinta años, Lazslo tuvo una charla con él aprovechando la fiesta que le habían organizado. Le comentó los problemas que tenía con su hijo. Había estudiado en los mejores colegios, había disfrutado de una buena infancia, pero, ya desde pequeño, se veía que algo no iba bien. Era malo y hacía daño a todos los que le rodeaban. Se había juntado con quien no debía, y su maldad había ido creciendo, ampliando, cada vez más, su abanico de fechorías. Cuando se graduó, su padre lo puso a trabajar con él; fue entonces cuando vio en qué se había convertido su hijo. Ahora se daba cuenta de lo ciego que habían estado.
—Curtis, como padre, he fracasado con Mijail, pensé que sería como tú, pero ya veo que no; tengo que intentar enderezarlo. Quiero que me hagas un favor. Conviértete en su sombra, está muy descentrado en su trabajo y desatiende sus obligaciones. Tienes que hacer que reconduzca su vida y se centre. Procura darle todo el apoyo que necesite, ¡pero que cambie!
Lazslo de alguna manera tenía su código y sabías a qué atenerte, pero el hijo era un vicioso depravado, dañino, sin ningún tipo de empatía.
Acompañado siempre de su amigo Durvaf, Mijail conseguía sacar lo peor que llevaba dentro. Eran frecuentes las broncas en locales de striptease, borracheras, prostitutas, peleas… Cuando se pasaba con la cocaína, le encantaba golpear a las mujeres; era su debilidad.
Curtis estaba agradecido a Lazslo por sacarle de la calle, pero el trabajo ya comenzaba a pesarle demasiado. Estaba bebiendo más de la cuenta y cada día llevaba peor los encargos. Añoraba otro tipo de vida, que no fuera ir dando golpes por ahí e incluso pegando algún tiro que otro. Recordaba con cariño su estancia en los marines, la camaradería que allí había conocido no la había vuelto a sentir.
Durante unos meses intentó encarrilar a Mijail, pero viendo que no podía, aprovechó una lesión que tuvo en una pelea y le pidió a Lazslo que pusiera a otro en su lugar».