El médico

La enfermera secó el sudor que empapaba el gorro y la frente del cirujano. Llevaban ya casi tres horas de operación; solo quedaba cerrar al paciente. Esa labor se la dejó el cirujano a su ayudante, con quien había compartido decenas de operaciones.
Después de comprobar la sutura, su mirada se quedó por un instante fija en el pecho del paciente que se alzaba de forma regular debajo de la sábana.
Cuando terminaron, fue trasladado a recuperación y el cirujano se dirigió a la sala donde aguardaba la familia.

No había sido una operación complicada. Llevaba efectuados más de un centenar de trasplantes de riñón y, salvo en un par de ocasiones en que el enfermo había fallecido por complicaciones ajenas a la cirugía, el resto habían resultado satisfactorios.
Las nuevas técnicas quirúrgicas y los avances en el instrumental médico facilitaban victorias casi rutinarias.
Hoy, pensó, se podía decir que la medicina le robaba vidas a la muerte. Cada órgano trasplantado era una prórroga, pero él sabía lo frágil que era esa línea.
La medicina alarga la vida, sí, pero la muerte no se cura solo se aplaza.

—Señora Mendoza, la operación de su marido ya ha terminado. Todo ha salido bien. Ahora debemos esperar veinticuatro horas para ver cómo evoluciona, pero en principio no hay motivo para ser pesimistas. Mañana pasará a planta y en unos días, si todo va bien, le daremos el alta.
—Gracias, doctor. Como sabe… Él ya había perdido la esperanza. Se había hecho a la idea de que iba a morir. Gracias por devolvérmelo.
Él asintió en silencio. Esas palabras las había escuchado tantas veces… Y, sin embrago, no sabía qué responder. Él no era dios, solo un hombre con un bisturí que conseguía tiempo prestado.

Ese día, ya en su despacho, durante unos minutos contempló un cuadro que tenía colgado en la pared. Era una reproducción de un grabado antiguo titulado «El médico (en brazos de la muerte)» de Holbein el joven. En él, un médico trata a un hombre enfermo mientras La Muerte le observa de cerca.
No podía dejar de pensar en ello, esa escena se repetía cada día.

En otra ala del hospital, el jefe de servicio repasaba las estadísticas del último mes:
Dieciocho muertos por problemas cardiovasculares.
Diez en accidente de tráfico.
Nueve por cáncer.
Tres por fallo renal.
Seis por causas varias.

Avanzaban y retrocedían.

El cirujano en su despacho cerró los ojos. Ese día había ganado, pero la Muerte seguía allí, esperando su turno.

Relato inspirado en la obra «El médico [En brazos de la muerte]» de Hans Holbein el joven. https://www.metmuseum.org/art/collection/search/336308

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