Una vara por lanza
Valle del M´Zab 1948. Me llamo George Bernot y vivo con mi hermano Austín en un pequeño palmeral al sur de Argel. Mis padres se establecieron como colonos en las cercanías de Orán. Compraron un poco de tierra y con las cepas que ellos llevaban, plantaron con mimo y mucho esfuerzo lo que luego sería un precioso vergel, con un próspero viñedo. Eran de origen Alsaciano y cuando terminó la I Guerra Mundial decidieron venir a Argelia, debido a las pocas oportunidades que había en Francia.
Aquí la familia prospero, nacimos nosotros, primero yo y un par de años más tarde mi hermano. Trabajamos en la finca de la familia y debido a la situación de nuestras tierras, se notó poco los efectos de la II Guerra Mundial.
En 1941 me reclutaron y tuve que prestar servicio casi dos años, luego en 1942 desembarcaron los aliados y me licenciaron por un problema de visión.
Decididos a independizarnos de nuestros padres, mi hermano y yo montamos un negocio de transporte. Aprovechando la chatarra sobrante de la guerra nos hicimos con dos camiones y así empezó todo.
Sabiendo de las necesidades de transporte de las tierras del interior, sobre todo de los grandes palmerales que hay al sur, nos fuimos al valle de M´Zab lindando con el desierto del Sahara.
En un principio nos costó mucho abrirnos camino entre esas gentes, de mayoría bereber, pero con paciencia y sabiendo cumplir los compromisos que adquiríamos, pudimos hacernos un hueco entre ellos.
Teníamos una preciosa casa en un extremo del palmeral, palmeral que, por cierto, podíamos decir que era cultivado. Fue plantado por los primeros pobladores que lo habitaron. Crearon un complejo sistema de riego y así hoy se cosechan miles de kilos de dátiles que hay que mover.
Durante los viajes pude comprobar la belleza de Argelia, vi fértiles oasis en medio del desierto. Vi en estos oasis ciudades con calles estrechas y laberínticas donde los mercaderes ofrecían, especias, alfombras y productos de artesanía. Vi una increíble red de pozos que hacían posible los palmerales con bellos huertos en su interior. Las frutas, verduras junto con legumbres regadas a golpe noria todo ello acompañado desde la mañana a la noche por el sonido de las poleas que movían esos artilugios.
La luz que se filtraba por el palmeral en los atardeceres, el olor a flores, el frescor de los patios interiores de las casas siempre me producían una sensación de paz que no encontraba en otros sitios.
Llegó un momento en el que teníamos una amplia ruta de transporte, movíamos género de un pueblo a otro. Comenzamos a visitar pueblos dentro del atlas, a los que nunca habíamos pensado llegar.
Un día, era verano, lo que significa cincuenta grados al sol a media mañana; me encontraba parado, dejando pasar las horas de más calor debajo de unas palmeras, a un lado de la carretera. De repente a mi lado apareció una mujer joven, para cuando quise darme cuenta solo pude cogerla antes de que cayera al suelo.
La tumbé a la sombra y le di de beber un poco de agua de una cantimplora, poco a poco fue recobrándose.
—Me llamo George, vivo en el gran palmeral y transporto cosas en el camión de un sitio para otro. Y tú, ¿quién eres?, que haces aquí, en medio de ningún sitio.
Me miró con miedo, lo notaba en sus ojos, no sabía bien qué hacer. Tenía dudas de si fiarse o no. Por fin pareció decidirse.
—Soy Asianne, Asianne Halabi. Mi padre, el jefe del pueblo del valle de Oule.
Hay en un pequeño palmeral a sur de mi casa, un grupo de personas malas, argelinos, marroquíes y algún tunecino que desertaron al final de la guerra se asentaron en él. Se dedican a robar, saquear y matar. Nos obligan a pagarles una especie de tributo para que nos dejaran en paz, pero poco a poco las exigencias han sido más grandes y ahora también exigen mujeres jóvenes. Yo me he escapado porque me iban a entregar a ellos mañana. A mi padre no le quedaba otro remedio, el sorteo así lo había decidido. Soy su única hija, pero se quedó en hacerlo así y no vale de nada su dinero.
—A ver si lo entiendo bien —le digo— te entregan de forma voluntaria a esos, como pago, porque dejen tranquilo al pueblo. No se dan cuenta de que cada vez irá a más y si no plantan cara nunca se terminará esta situación.
—Nosotras no podemos decir nada, son los hombres los que deciden todo, pero tienen mucho miedo, ellos son muchos y están armados. Ya han matado a varios de nuestra gente. No hay quien nos ayude.
George no se lo pensó, montó a Asianne en el camión y después de una hora llegaron a pueblo donde ella vivía.
La dejó allí y le comentó que no tuviera miedo que él si iba a encargar de arreglar ese lío.
Siguiendo las explicaciones que le había dado, a media tarde llegó al palmeral donde vivían estos bandidos. Dejó el camión escondido en un pequeño barranco que había cerca y se subió a un risco con unos prismáticos. Eran unos ocho, puede que nueve. El jefe estaba claro que era uno muy moreno, no muy grande, pero parecía tener a todos bien controlados.
Había alguna mujer que por lo que le dijo Asianne eran de su aldea, entregadas como pago.
Cuando se hizo de noche y todos se habían ido a dormir, se deslizó dentro del palmeral y con precaución localizó la habitación en la que sabía que estaba el jefe y entró.
Dormía profundamente a pesar del calor que allí dentro hacía. Con cuidado y antes de que se diera cuenta un golpe en la cabeza lo dejó fuera de juego. Lo ató, lo amordazó y se lo llevó al hombro.
Lo subió al camión y cuando se encontraron lejos del lugar se salió de la carretera y en un pequeño recodo rocoso que los ocultaba paró y bajo al hombre que había secuestrado.
Encendió un pequeño fuego y quitándole la mordaza le invitó a sentarse.
—Como te llamas —pregunto George.
—Soy Jaimal y puedes darte por muerto. Mis hombres te buscarán y acabarán contigo.
—Jaimal eres una mala persona y un asesino, puede que tú no lo veas así, pero eso es lo que eres.
—Vas a morir, —me dijo— te voy a matar.
A pesar de estar atado de manos, consiguió ponerse encima y fue tan feroz el ataque que tuve dificultades para rechazarlo. Nos revolcamos por el suelo y no sé cómo, pero de repente lo vi con las manos sueltas. Me dio un fuerte golpe que me lanzó lejos de la hoguera, vi perfectamente iluminado por las llamas como cogía una piedra y se abalanzaba sobre mí.
No me lo pensé y tomando una rama que había dejado para el fuego me lance a su encuentro y después de esquivar dos golpes suyos con la piedra me caí al suelo. Se lanzó con la piedra en alto, levanté la rama y con su propio impulso se ensartó en ella.
Me quedé agotado, tirado en medio de la arena, cuando me repuse envolví el cuerpo sin vida una vez retirada la rama y lo subí a la cama del camión.
Cuando amaneció me fui hacia el pueblo de Asianne. Menudo revuelo se armó cuando llegue y hablé con ellos.
Por una parte, la familia de ella estaba contenta de que hubiera vuelto, las otras familias con miedo de lo que pudieran hacerles.
Les conté como había muerto el jefe de los bandidos y les dije que ahora era el momento de terminar con aquello para siempre. Necesitaba que varios hombres vinieran conmigo y volviéramos donde vivían los bandidos y termináramos de una vez por todas con el problema. Les comenté que había varias mujeres allí presas y a final 12 hombres decidieron acompañarme. Cogieron unos viejos fusiles de chispa y una especie de espadas curvas que llevaban años sin utilizarse y se vinieron conmigo.
Casi al medio día estábamos donde yo había vigilado la noche anterior. Al parecer nadie había echado en falta al jefe y salvo las mujeres que estaban trabajando, los hombres estaban a la sombra sin hacer nada.
Entramos en el lugar, tres en el camión y los demás por distintos sitios, habíamos rodeado el palmeral. Como yo había pensado, una vez supieron que el jefe había muerto, tres se hicieron los valientes y nos enzarzamos en una pelea, los demás se apartaron y dijeron que ellos se iban, que no habían tenido nada que ver con las muertes. Como no estábamos para entrar en peleas los dejamos ir y a los otros tres no los llevamos para juzgarlos en el pueblo.
Yo decidí no meterme ya más en el tema, bastante me había involucrado y me marché del pueblo. Salieron a despedirme todos sus habitantes, deseándome suerte y brindándome hospitalidad si alguna vez deseaba visitarlos.
Esta entada se vuelve a subir por cambio en el programa web. Su primera edición fue: 10 de mayo de 2021