El pequeño camello albino
La caravana andaba sorteando las enormes dunas que hay en la región fronteriza entre Mali y Mauritania.
Llevaban sal, especias y diversos productos a los mercados argelinos del sur. Habían salido de Tombuctú trescientos cincuenta camellos, era una caravana pequeña; la familia Bohaman era su propietaria.
El abuelo Alkevi dirigía el negocio desde hacía cuarenta años. Diez hijos, treinta y dos nietos y unos cuantos bisnietos formaban su extensa familia.
En esa caravana de invierno, iba por primera vez uno de esos nietos, Madmut.
Era clavado a él, en lo físico y en el carácter. Testarudo y tenaz, puro nervio. Había cumplido catorce años y era ya hora de que empezara a trabajar.
La caravana, que el abuelo había elegido para que comenzara su aprendizaje, llevaba ya más de un mes de marcha cuando una de las pocas camellas que llevaban se puso de parto.
No esperaban que eso pasara, esa camella tendría que haber parido más tarde, pero a veces las cosas se tuercen. Era albina y se la había vendido a un amigo suyo. De ahí el llevarla.
Alí, el padre de Madmut, era en esa ocasión el jefe y guía de la caravana. Dadas las circunstancias, decidió parar junto a un pequeño oasis al que llegaron esa tarde. Eran veinte palmeras raquíticas y un pozo de agua no muy buena, pero no quedaba otra solución.
—Acamparemos aquí esta noche y mañana ya veremos —dijo Alí.
Madmut, que ya había asistido a más de un parto, se acercó por si podía ayudar.
Varias horas más tarde venía al mundo un pequeño camello albino, como su madre.
Por una complicación en el parto ella murió y, como Alí sabía que el recién nacido no tenía esperanza alguna de poder vivir sin la madre mandó que lo sacrificaran.
Madmut, cuando lo oyó, le dijo a su padre que no lo hiciera. Él se ocuparía de sacarlo adelante, el padre se negó, pero el hijo, que a terco no tenía rival, se salió con la suya.
A partir de ese día, al margen de sus otras ocupaciones en la caravana, tuvo que organizarse para llevar al recién nacido en una angarilla, arrastrada por un camello, y alimentarlo. Como no tenía leche, tuvo que ingeniárselas. Pensó en cómo se alimentaba a un recién nacido en una situación similar. Lo tuvo claro, molería cereales y los mezclaría con agua. Con esa papilla y paciencia para dársela, el camello debería poder salir adelante. Y así lo hizo.
En los días siguientes, se cruzaron con otras caravanas que tenían camellas paridas y pudieron ir dándole también leche al pequeño.
Comenzó a andar; para Madmut fue una enorme satisfacción ver que había podido sacar adelante al pequeño.
Su padre estaba muy orgulloso de que su hijo se hubiera responsabilizado del animal; era signo de madurez.
Varios meses después, cuando volvieron a casa, Madmut le contó a su abuelo lo que había pasado.
—Ya estás listo para trabajar en las caravanas —le dijo su abuelo mientras le daba un fuerte abrazo.
Eso, viniendo de su abuelo, era todo un elogio; le hizo soltar dos lágrimas y sacar pecho.